por Jose Eduardo Sánchez

La palabra decepcionante sería adecuada para definir la novela “Riña de Gatos” si no fuera porque su autor es Eduardo Mendoza y esto, por si solo, ya vacía de contundencia la definición que otorga al término decepción la Real Academia Española. Y lo digo porque Eduardo Mendoza, que estaba llamado a llegar a lo más alto de la literatura nacional ha venido abandonándose en pretensión literaria de modo inversamente proporcional a la manera en que ha venido sometiéndose a las demandas  comerciales. De aquel prometedor y brillante autor de “La ciudad de los prodigios" o de "El misterio de la cripta embrujada" que parecía reclamar su hueco en la tribuna de los más grandes novelistas (Juan Ramón Jiménez, Delibes, Gómez de la Serna, Torrente Ballester, García Serrano, Cela, Gironella, Ramón J. Sender, José Luis San Pedro, Pérez Reverte, Antonio Muñoz Molina… y pocos más) fueron quedando, poco a poco, los restos de un naufragio: "Mauricio o las elecciones primarias",  “El asombroso viaje de Pomponio Flato", "El último trayecto de Horacio Dos",  novelitas escritas con urgencias de edición, historietas entretenidas y bien escritas aunque sin más ambiciones, que flotaban frente a una playa como los restos del armazón del barco siniestrado. Eduardo Mendoza hizo bueno el refranero español “cría fama y échate a dormir” … Pero aún faltaba la guinda a tan frustrante trayectoria descendente y necesitaba el broche de oro del siempreamañado Premio Planeta. Aceptar este cambalache de la Familia Lara (al margen de cuestiones éticas tan poco presentes en este negociado) no tendría que suponer un menoscabo a la calidad literaria de la novela; así, antes que Eduardo Mendoza, aceptaron ser “ganadores del Premio Planeta” otros novelistas que, por lo menos, tuvieron la decencia de no rebajar la extraordinaria calidad de sus trabajos: “Condenados a vivir” de Gironella, “Filomeno a mi pesar” de Torrente Ballester, El jinete polaco” de Muñoz Molina, oEl mundo” de Millás son buena prueba de ello.

Portada del libro "Riña de Gatos

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por Fernando Navarro

Siguiendo con la costumbre  adquirida  a lo largo de las dos legislaturas que lleva en el poder, el Partido Socialista ha decidido limitar la velocidad máxima de los vehículos en autopistas y autovías a 110km/h sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo. Argumenta la modificación de la norma como medida de ahorro de los ciudadanos. Podemos incluir esta medida en el grupo de ellas consistentes en tomar decisiones en nuestro nombre, por nuestro bien, pero sin consultárnoslo. En este grupo de decisiones se encuentran la prohibición de algunos tipos de hamburguesas, la modificación de la ley del tábaco, la supresión de la bollería y dulces en los centros educativos, por poner algunos ejemplos.

Cualquiera entiende que la bolleria en exceso o comer hamburguesas a diario o el hábito de fumar no son saludables, pero forma parte de la responsabilidad de cada cual el cuidar su salud y la de su familia. No obstante, el gobierno cree saber lo que más nos conveniene y está dispuesto a imponérnoslo por encima de esas idéas trasnochadas de libertad y responsabilidad individual que algunos preconizamos.

En el problema concreto del consumo de combustible, en lugar de disminuir la velocidad máxima, el gobierno podría optar por fomentar el teletrabajo, el uso colectivo de los medios de transporte publicos y privados a través de las nuevas tecnologías, y fomentar la iniciativa privada para encontrar una solución al ya antigüo problema energético. No lo hace así porque piense que va a solucionar el problema, sino por el pensamiento doctrinario que intenta implantar que consiste en hacer creer que el gobierno tiene la razón y la capacidad de resolver nuestros problemas. Porque haciéndonos creer que no debermos ocuparnos de nuestros asuntos lo que quiere conseguir es que dejemos de pensar, de decidir y de ser críticos, para convertirnos en su rebaño.

Cartel de señalización de limitación a 110km/h

 


por JoséMª García de Tuñon Aza

Todos los expertos coinciden en decir que se han escrito más libros sobre nuestra Guerra Civil que sobre la última Guerra Mundial. Dentro de nuestra patria se ha editado algo menos sobre la Segunda República que trajo, como unos de los principales episodios históricos, la Revolución de Octubre y el Frente Popular. La primera, según Gustavo Bueno, «equivalía al principio de una guerra civil preventiva», y el Frente Popular fue la antesala de nuestra Guerra Civil. Sin embargo, el mal que asoló a España en los años 30 del pasado siglo, viene desde el momento en que se proclama la Segunda República, en abril de 1931, con la quema de conventos en varias ciudades españolas. Era, pues, un pésimo comienzo para que todos los habitantes de esta piel de toro pudieran vivir en paz dentro de un régimen democrático que ellos mismos habían traído después de haber expulsado de nuestro territorio al rey Alfonso XIII y toda su familia, a la vez que sería declarado culpable de alta traición e incautados todos sus bienes: «Alfonso de Borbón será degradado de todas las dignidades... sin que pueda reivindicar­los jamás ni para él ni para sus sucesores».

Posteriormente el cardenal Segura, primado de España, es expulsado de su patria el 15 de junio: «De orden del Gobierno Provisional de la República española, sírvase ponerse inmediatamente en marcha hacia la frontera de Irún». Por la misma frontera fue también expulsado «en el curso de la tarde o de la noche» el obispo de Vitoria, Mateo Múgica. A continuación el director de Primera Enseñanza, el socialista Rodolfo Llopis, envió una circular a todos los maestros prohibiendo toda propaganda religiosa. Consecuencia: el crucifijo desapareció de las aulas. Una de las pocas voces que se levantaron en contra de aquella medida fue la del vasco Miguel de Unamuno con estas palabras tantas veces repetidas: «¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro emblema confesional?». Algo más de dos años después volvería a repetir casi idénticas palabras, pero algunas incomodaron a los falangistas.

El 10 de agosto de 1932 el general Sanjurjo se levantó contra el Gobierno. El alzamiento, en parte, pretendía restaurar la Monar­quía, y, en parte, era un intento de derrocar la «dictadura anticlerical» de Azaña, en opinión de algunos historiadores. En sus Memorias, Azaña dice que fue Melquíades Álvarez el inductor del golpe. En noviembre de 1933 las derechas ganan las elecciones y la izquierda, que no lo toleró democráticamente, comienza a preparar una revolución sangrienta dirigida por Largo Caballero e Indalecio Prieto. Como los lectores saben, es el mes de octubre de 1934 cuando se produce, y en el corto periodo de tiempo que duró, porque el ejército derrotó a los insurrectos, dejó una ciudad totalmente devastada como fue la capital de Asturias. Esta revolución contra la democracia trajo centenares de muertos incluidos los asesinatos de sacerdotes y religiosos; y como hechos más vergonzosos, por atentar contra la cultura que ningún daño les había ocasionado, fue la quema de la Universidad y la voladura de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo.

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por Eduardo López Pascual

Nos habían convocado el cinco a las cinco. Era una llamada muy sensible de Voces contra el Terrorismo (VcT) ante la sospecha de que el gobierno socialista, en su afán de aparentar querer acabar con la banda asesina ETA, repitiera su traición y sus mentiras aunque eso fuera a golpe de cesión a los malos y engaños a los buenos. Salimos a la calle para advertir que no estábamos dispuestos a dejarnos engañar una vez más. Ante esa convocatoria para que estuviésemos en la gran manifestación que finalizaba en la Plaza de Colón de la capital de España, como ciudadanos a los que les duele cuanto duele a España y como miembros de un Partido que se inspira en la Justicia, con mayúsculas, pensamos que no se podía obviar ni la llamada ni su significado.

Como uno más fuimos, como decenas de grupos, asociaciones y partidos que estuvieron menos los oportunistas del PP, los socialistas y su compañía de izquierdas, inmóviles en el tiempo como estatuas de sal. Miles de personas de toda condición y lugar nos encontramos allí, física y moralmente, apoyando las demandas honorables de Voces contra el Terrorismo, que no querían consentir más mentiras. Cuando los organizadores de la enorme manifestación del cinco a las cinco, dieron la palabra a representantes de las esposas, maridos e hijos que sufrieron el zarpazo criminal de ETA, un clamor se elevó pidiendo alto y claro que en nuestro nombre, este gobierno no jugara a acercar presos, a excarcelar asesinos, a privilegiar sus situaciones en prisión o a planear posibles autorizaciones electorales a los tapados de ETA. Era el cinco de febrero a las cinco de la tarde.

Manifestación del 5 a las 5

 

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Por Eduardo López Pascual

Independiente de la presentación del libro “Falangistas” de los autores Luis E. TogoresGustavo Morales, el contenido me ha decepcionado en sus aspectos formal y de análisis.  Esperaba mucho más cuando se anunció su puesta en circulación, tanto por la profesionalidad del primero, historiador en una universidad privada española y por la amplia experiencia azul del segundo, ocupando altos cargos de responsabilidad en el mundo falangista, aunque ahora parezca distanciarse de eso, a juzgar por lo que se desprende del texto.

El voluminoso libro, más por su precio y grosor que por su contenido, no parece aspirar a contribuir a la memoria política, social y militante de lo que todos conocemos por Falange. Sus aportaciones a la historia del Partido nacido el 4 de marzo de 1934, en Valladolid, son muy escasas y no ayudan a una interpretación lógica y completa de lo que ha supuesto la vida organizativa de Falange Española de las JONS. Incluso sus referencias a las sucesivas divisiones sufridas desde su origen: ElisedaAnsaldoRamiro Ledesma o las decisiones tomadas por destacados miembros como Manuel HedillaGonzález VicénNarciso PeralesEzquer y más tarde, ArroyoPedro CondeSigfredo Hillers, el propio Gustavo Morales y tantos otros iniciadores de procesos de reconstrucción pública e ideológica, adolecen de profundidad en el análisis de sus orígenes y consecuencias. En vedad no traen nada nuevo, algo posible en Togores, al que ya el intelectual falangista Antonio Castro Villacañas criticara de modo certero en un texto aparecido en el digital Vistazo a la Prensa de 12 de diciembre de 2010, pero nada esperado de mi antiguo Jefe Nacional.

Portada del libro 'Falangistas'

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