por Eduardo López Pascual
La palabra Talibán que además de su traducción semántica, que sería la de “estudiante radical del Corán”, tendría otra mucho más libre pero muy comprensible, se ha convertido gracias a la militante y perversa actitud de los afganos más intransigentes, en un término o voz puramente equiparable a la de intolerante, anti democrática y violenta respuesta a quienes no piensan como ellos. Ser un “talibán”, en el lenguaje político de todo el mundo es sinónimo de extremista, de ultra – en su sentido más negativo-, por lo que todo aquel que se comporte bajo esta realidad de exageración y violencia, aunque sea verbal, aparece ya en la vida social como un elemento peligroso con el que hay que tomar algunas medidas de orden legal y democrático.
Miren: gestos, ademanes y actitudes como las que haría el Talibán más furioso, vienen apareciendo con demasiada frecuencia por todo nuestro territorio nacional. Actitudes completamente propias de esta clase de personas, verdaderas ejemplos de opresión y negación democrática, se están viviendo en entre los españoles del siglo veintiuno, en una estampa que ya creíamos felizmente superada; pero no es así, hay quienes desde las habitaciones del Gobierno se empeñan en mantener y aun aumentar cualquier acto que suponga silenciar, manipular, mentir, o todavía más, crear momentos y espacios para la opresión civil, la beligerancia cívica, la persecución despiadada a gentes, símbolos y testimonios que ellos, los talibanes, no hayan apadrinado.
La misa del Valle de los Caídos se celebra en la puerta debido al cierre del recinto