He insistido a la juventud en que el peronismo
jamás debe perder su carácter revolucionario.
Un día yo no estaré, pero si nuestros sucesores políticos
corrompieran el Partido, el Estado y el Movimiento
para llevar a cabo sus mezquinos intereses en contra del pueblo, pues sería lógico
que el pueblo se rebele contra todos ellos,
incluso contra nuestros símbolos; porque si nuestros símbolos
pierden su carácter popular y revolucionario, y pasan a representar
algo arcaico y atrasado, seguramente vendrá otro movimiento
de masas populares que,
enarbolando o no algunas de nuestras banderas,
acabará con el Justicialismo
y creará algo nuevo. De suceder eso, sólo le pido a Dios
que lo que venga sea superador a mi legado,
y sea en bienestar del pueblo.
-J.D. Perón a Benito Llambí (1974)
El domingo pasado la dirigencia logró con su impericia y profunda irresponsabilidad que buena parte de las bases del peronismo voten a Milei.
Un candidato cuyo principal atributo es la vehemencia con la que se dirige en los medios de comunicación agitando un recetario de medidas de un capitalismo fundamentalista que es, además de salvaje para la gente común, inviable en la realidad. O viable, pero a un altísimo costo social y una pérdida de soberanía casi absoluta. Amén de esas características, y de la bronca y frustración que acumula el electorado tras décadas de desfalco por parte de la dirigencia política y económica, con el correspondiente socavamiento progresivo e ininterrumpido de la calidad de vida de las personas, lo cierto es que Milei cometió un conjunto de aciertos políticos de primer orden (la bronca sola no alcanza, hay que hacer algo para captarla): en primer lugar, un acierto de diagnóstico, al caracterizar como casta política el elenco de dirigentes y sus prácticas, más allá del signo partidario, que se turnan en el poder y funcionan como planta permanente del sistema de decisiones que condena a las mayorías a una existencia penosa. La segunda parte de su acierto consiste en definirse políticamente como enemigo de esa casta. La tercera, su virulencia y su enojo. Parte de la sociedad pensó, con razón, “al menos este los putea a todos”.
Cabe preguntarse en qué sentido el Partido Justicialista, supuesta expresión institucional del peronismo, encarna esta voluntad de transformación del pueblo argentino y en qué medida puede llevarla adelante. ¿Desde cuándo el peronismo convocó a militar en pos del ajuste fiscal y el pago al Fondo Monetario Internacional? ¿Para quién gobierna? ¿Quién defiende y promueve los intereses de la mayoría de los habitantes de este país que viven de un salario (bajo)? Si el peronismo no representa una barrera de defensa contra la angurria desmesurada de los empresarios sin conciencia nacional ni sensibilidad social de ningún tipo, ¿quién lo hace? Si el peronismo no mejora claramente la calidad de vida de la gente común, desde una espera en una parada de colectivo hasta un empleo bien pago y con pleno goce de los derechos laborales, ¿quién lo hará?