por Eduardo López Pascual
La palabra Talibán que además de su traducción semántica, que sería la de “estudiante radical del Corán”, tendría otra mucho más libre pero muy comprensible, se ha convertido gracias a la militante y perversa actitud de los afganos más intransigentes, en un término o voz puramente equiparable a la de intolerante, anti democrática y violenta respuesta a quienes no piensan como ellos. Ser un “talibán”, en el lenguaje político de todo el mundo es sinónimo de extremista, de ultra – en su sentido más negativo-, por lo que todo aquel que se comporte bajo esta realidad de exageración y violencia, aunque sea verbal, aparece ya en la vida social como un elemento peligroso con el que hay que tomar algunas medidas de orden legal y democrático.
Miren: gestos, ademanes y actitudes como las que haría el Talibán más furioso, vienen apareciendo con demasiada frecuencia por todo nuestro territorio nacional. Actitudes completamente propias de esta clase de personas, verdaderas ejemplos de opresión y negación democrática, se están viviendo en entre los españoles del siglo veintiuno, en una estampa que ya creíamos felizmente superada; pero no es así, hay quienes desde las habitaciones del Gobierno se empeñan en mantener y aun aumentar cualquier acto que suponga silenciar, manipular, mentir, o todavía más, crear momentos y espacios para la opresión civil, la beligerancia cívica, la persecución despiadada a gentes, símbolos y testimonios que ellos, los talibanes, no hayan apadrinado.
La misa del Valle de los Caídos se celebra en la puerta debido al cierre del recinto
En nuestro país han aparecido los talibanes españoles, aquellos que les resulta imposible el convivir con quienes no cuentan con ellos en sus proyectos de vida; y rechazan aceptar unas normas legales porque no coincidan con su interpretación particular. Esos talibanes se manifiestan en lugares de nuestra geografía histórica ora falsificando esa historia, ora impidiendo el empleo secular de nuestro idioma común, ora prohibiendo recitales poéticos (Sevilla), o como no, por ejemplo, en aquellos que bajo la torpe excusa de dignificar a unos muertos, apuestan nada menos que por volar la Cruz de un monumento nacional como es el Valle de Cuelgamuros, o de los Caídos, hecho hace décadas en memoria de todos ellos. Van a dejar como párvulos a los talibanes de Afganistán, cuando esta panda cometiera uno de los mayores sacrilegios – primero religioso, puesto que las estatuas de Bamiyán se representaba al Dios Buda- , y luego, artístico y etnográfico, porque aquellas figuras estaban consideradas como auténticas obras de arte,. talladas en los siglos III y IV DC. En fin, una barbaridad, como corresponde a gentes sin moral y sin estética. Tampoco es para asombrarse ya que en su haber tienen infinidad de gestos de este tipo, porque negar razón a sus razones, parece motivo suficiente para ingresar en las filas de la intransigencia más absoluta.
Talibán es quien no soporta ni respeta siquiera las costumbres consuetudinarias, una opinión distinta, un ideal diferente, una palabra que difiera, una cruz en un valle que solo entiende de piedad y perdón. Talibán es el que falsifica la intención, y la vocación, de vivir en paz acunados y amparados en una cruz de piedra. de cien metros de altura. Talibán es quien hace de la democracia una broma.