por José Luis Muñoz Azpiri
(Buenos Aires. Argentina)
“Todo lo que es exagerado es insignificante.”
Charles Maurice de Talleyrand
La Argentina es un país de extremos, en un suspiro pasamos de desmantelar el monumento a Colón a pedirle disculpas al abdicado Rey (ya en Retiro Efectivo) por declarar la independencia en el exacto día que se conmemoraba el bicentenario de su nacimiento como nación independiente. Un país que sin solución de continuidad viró de un altisonante y provocador antiimperialismo de sobremesa a un realismo y pragmatismo que suena más a la resignación de la derrota o la conveniencia colaboracionista de los traidores y perduellis, que en estas pampas solemos denominar como "cipayos". No obstante, se porfía sin solución de continuidad, en recitar el mantra de la Leyenda Negra, acompañado por carnestolendas de supuestos integrantes y representantes de los "pueblos originarios" que han surgido en las últimas décadas como una lluvia de meteoritos, por su número y por su súbita aparición en una sociedad donde siempre se los consideró "criollos".
Esta novedosa etimología fantástica que últimamente de impone con singular rigor, nos tiene particularmente hartos. La definición “políticamente correcta” de “pueblos originarios, implica un contrasentido,dado que según los iletrados que la utilizan (que van desde las más altas magistraturas hasta los militantes del común), aborigen significaría “sin origen”. Ab es preposición latina que significa “desde”, es decir, aborigen es el que está desde los orígenes, ya sean habitantes, plantas o animales. Las llamas eran aborígenes, pero las vacas no, por ejemplo.