Las elecciones a la Asamblea Nacional de Venezuela han supuesto un duro varapalo para el Chavismo. Se vería venir que el Pueblo venezolano no estaba dispuesto a seguir sufriendo los embates de un régimen autoritario, promotor de una corrupción galopante e ineficiente, como todos los sistemas comunistas, en la gestión económica, que ha llevado a una situación de desabastecimiento a la mayor parte de la población de ese país, con el que nos unen tantos lazos históricos y afectivos.
Además, el gobierno de Nicolás Maduro no ha sabido resolver, como tampoco logró hacerlo su predecesor Hugo Chávez, el grave problema de inseguridad ciudadana que ha convertido a Venezuela en uno de los países con mayor tasa de criminalidad de América.
Si a todo esto añadimos la represión que el régimen ejerce contra la disidencia política, podremos hallar las claves de por qué los venezolanos han votado masivamente en contra del Chavismo y sus malas artes.
Pero no caigamos en el error de considerar que Venezuela, antes de la revolución bolivariana, era una especie de arcadia feliz, en la que no había abusos, corrupción ni altas tasas de delincuencia y que el estado “democrático” de entonces era capaz de llevar la justicia social y el bienestar a casi todos los hogares del país.
Una de las razones por las que el apoyo inicial al Teniente-Coronel Hugo Chávez fue masivo, es porque las clases populares venezolanas vieron en él la esperanza de recibir del Estado algún cuidado, que hasta ese momento les era negado. La alta tasa de de población pobre no recibía la más mínima asistencia y sus necesidades básicas, cuya cobertura en Europa consideramos fundamental, no eran atendidas. Los niños pobres se morían por no recibir vacunas ni atención médica y sus mayores eran analfabetos porque el sistema de educación pública no llegaba a los barrios populares.
También una parte de la clase media urbana apoyó inicialmente al movimiento bolivariano, deseosa de acabar con la corrupción de una clase política impresentable y con la ola de delincuencia, que antes como ahora, asolaba al país.
Nosotros, que como muchos españoles, sentimos verdadero aprecio por Venezuela, les deseamos que retomen cuanto antes la senda de la libertad y la democracia, pero que la oposición al Chavismo aprenda del pasado y no vuelva a cometer los errores de la vieja política. El comunismo se apodera de las naciones cuando el capitalismo oprime a los pueblos. Ambos son igual de perniciosos. No puede haber democracia sin justicia y para ello, el Estado no debe permanecer impasible ante el sufrimiento de los ciudadanos.
Níquel