No sabemos aún, con rigor, qué significa la colaboración en términos económicos. Si por Economía debe entenderse el “sistema de producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios de una sociedad o de un país”, y habida cuenta de la amplitud de esta definición, parece claro que nos hallamos ante una propuesta alternativa de gran calado. Un balón de oxígeno que viene a disipar la agobiante sensación de hastío hacia una ciencia Economía tan perfectamente dogmática, apodíctica, unívoca y tautológica como la que se imparte a nuestra juventud.
La definición más excesivamente inclusiva de Economía Colaborativa (en adelante EC) se construye a partir de dos pilares diferenciados: la búsqueda de la gratuidad de los intercambios o, cuando menos, la obtención de un descenso drástico de precio en relación con las ofertas del mercado tradicional; y la obligación de establecer las relaciones de mutuo interés entre las partes siempre mediadas por las nuevas tecnologías (redes sociales, comunidades virtuales, tiendas on-line, etc.)