La que tenemos montada en España desde hace semanas en torno a la Familia Real es de chiste o de culebrón.
Resulta que a una panda de lumbreras con ansias independentistas les ha dado por hacer ceniza con las fotos de Juan Carlos I y, claro, como no podía ser de otra manera en este país, se ha armado la de San Quintín. Estos tontos, en su ansia por hacerse notar y por ser los más progres y los más malos del mundo, nos han hecho flaco favor a todos los que, desde una posición relajada, comedida y democrática, llevamos años luchando para que la estirpe borbónica deje de vivir del cuento y empiece a... ¡trabajar!
Evidentemente, al instante, comenzó la guerra entre los defensores y los detractores de la técnica incendiaria y, por supuesto, la inmensa maquinaria propagandística de la Casa Real inició su particular batalla para sacar partido de este supuesto ataque.
Una nota oficial surgida de la Casa del Rey interpretaba estas acciones como "un ataque a la unidad de España porque Don Juan Carlos es el símbolo de la permanencia del Estado. Ni más, ni menos.
Tiene narices que, cuando lo que ardían no eran fotografías de la familia regente sino cuerpos de ciudadanos que volaban por los aires por el efecto de bombas asesinas, para estos mismos señores no era la unidad de España lo que se desquebrajaba; eran las instituciones.
Resulta de cachondeo recordar que, mientras un enfermo y feo personaje como Ibarretxe, mandaba órdagos al Estado diciendo y haciendo lo que se le venía en gana, el ahora indignado monarca le invitaba encantado a las suntuosas y ordinarias bodas de sus hijos –bodas, por cierto, pagadas por todos los ciudadanos-.
Tampoco se alarmaba la estirpe de la Zarzuela porque los habitantes de unas y otras tierras de España viviesen con calidades de vida que estaban y están a años luz unas de otras.
Mientras cientos de miles de españoles no tenemos acceso a una vivienda digna –recordemos, un derecho constitucional- ellos le hacían un chalecito al heredero para que no tuviese que vivir en el palacio de papá.
Y así podríamos seguir poniendo ejemplos.
El verdadero problema de la unidad española no lo es ni la bandera, ni la letra del himno, ni las selecciones autonómicas, ni, por supuesto, la quema de fotos de los Borbones, ni el resto de cuestiones superficiales; lo es la falta, la tremenda falta de un proyecto nacional atractivo, justo, igualitario y solidario. En su lugar, hemos y han convertido esta nación en una amalgama de egoístas, insolidarios, violentos, maleducados y materialistas. Y así nos va.