Sin duda, la elección de Rosa Díez como diputada es la mejor y mayor bocanada de aire fresco para la democracia española nacida de la Constitución de 1978.

Rosa Díez, con su hondo reformismo, abre una brecha en la ranciedad política que nos invade. Ahora Rosa Díez, sin embargo, tiene que afrontar la tarea de delimitar el espacio de su partido, pasar de la protesta a la propuesta.

Cuando sus problemas en el PSOE entraron en una vía de difícil solución, se le ofrecieron las listas de Falange Auténtica como soporte para su quehacer político, aunque evidentemente Rosa Díez no pertenece a lo que llamamos falangismo democrático, si bien posiblemente se la pueda considerar como lo más cercano a los planteamientos de FA.

Rosa Díez y su partido UPyD no son falangistas democráticos porque su programa socioeconómico no pasa de un tímida socialdemocracia que renuncia a indagar en las causas profundas de la actual situación de infelicidad que, por motivos laborales o profesionales, afecta a millones de personas en España y en el mundo. Cuestionar el capitalismo puede ser políticamente incorrecto pero sigue siendo una alta tarea moral.

Rosa Díez y su partido UPyD no son falangistas democráticos porque su proyecto de regeneración de la democracia se limita a una loable propuesta de cambiar la Ley Electoral y reformar los mecanismos de elección del Consejo General del Poder Judicial, propósitos ambos tan necesarios como insuficientes si lo que se pretende es iniciar una profunda penetración de la democracia en todos los ámbitos de la vida, consiguiendo que no solamente sea un mecanismo de elección sino también el modo de participar en las cuestiones con nos afectan.

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Dos adjetivos que, por el bien de toda sociedad que se precie como tal, deberían ir unidos y de la mano, viven separados y a gran distancia uno del otro, por obra y gracia de buena parte de los dirigentes mundiales.

 

Hace unos meses éramos testigos de uno de los últimos ejemplos de esta sinrazón. Un inmigrante mexicano sin documentos, un inmigrante considerado ilegal por las leyes estadounidenses, era expulsado de Estados Unidos, a pesar de haber demostrado con creces su adaptación al que soñaba con que fuese su nuevo país, una adaptación que más quisieran para sí la gran parte de los ciudadanos de esta potencia armamentística.

 

Jesús Manuel Córdova, de 26 años y padre de cuatro hijos, caminaba por el desierto de Arizona y, después de dos días de esfuerzo, se encontraba a dos horas de su destino final. Podría asegurarse que ya había logrado su objetivo de entrar sin documentación en los Estados Unidos burlando los controles de la policía fronteriza.

 

Pero a Jesús Manuel le aguardaba un obstáculo imprevisto; ése que hace enfrentarse de manera dura a la cabeza frente al corazón.

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No van a conseguir que les odie. Y no será porque no se esfuercen en conseguirlo. Y no será porque no le pongan afición y profesión a su labor de hacerse absolutamente aborrecibles.

 

Los intolerantes de siempre, atacando a los candidatos del PP o a los candidatos del partido de Rosa Diez o los intolerantes que atacasen, si alguna vez lo hicieran, algún mitin del PSOE o del PNV o de CiU, o del BNG, no van a tener el placer de que les odie, pero, eso sí, se han ganado a pulso mi desprecio más profundo y el rechazo a considerarles alguna vez interlocutores validos. Para intentar averiguar cuál es el mejor camino que en el futuro deberá recorrer nuestro pueblo, que es el suyo, aunque estén empeñados en romperlo y dividirlo, se han autoexcluido estos días unos cuantos energúmenos. Esos que sólo se expresan bien desde posiciones de odio y de agresión física y verbal, que desgraciadamente tienen de espontáneo o de irreflexivo lo que yo de lámpara de aceite.

 

Las doctrinas del odio han existido desde hace muchas lunas y, como las bondades de la tensión y la crispación, tienen un recorrido muy corto, aunque en ocasiones muy dañino. Nada nos es tan ajeno como el utilizar el odio como argumento político y nada es tan impropio del falangismo auténtico como el ataque irracional y chulesco al que piensa diferente que nosotros. En tantas ocasiones hemos sido victimas de la violencia embrutecida de quienes no es que no nos conozcan, sino que quieren que no nos conozcan los demás, que ahora sentimos la solidaridad con Rosa Diez, con María San Gil o con Dolors Nadal como algo casi íntimo. Algo así como un guiño cómplice y triste hacia estas compatriotas, que de repente deben entender un poco más, como se sienten los que antes de hablar ya han intentado obligarles violentamente a guardar silencio.

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En esta campaña ha quedado muy claro que somos muy diferentes.

 

Porque a nosotros no nos parece un asunto baladí que un presidente del gobierno les mienta a los ciudadanos, diciendo que se han cortado los contactos con los terroristas tras el atentado en Barajas mientras siguen existiendo tales contactos.

 

Porque nosotros no tomamos como normal que quién va o quién no va en una lista electoral deba decidirlo unilateralmente el presidente de su partido, sino que creemos en la democracia de verdad.

 

Porque defendemos la austeridad y no nos parece correcto que con el erario público se costeen con claro despilfarro reformas suntuosas en los pisos para los ministros.

Porque creemos que hay que diferenciar entre las funciones institucionales -al servicio de todos- y las actuaciones de partido y no justificaremos nunca que un político, aprovechando que es alcalde, utilice un vehículo de la Policía Local para dar un pequeño mitin.

 

Porque a nosotros nos parece perfecto que cualquier persona que trabaje legalmente y que cotice en España pueda hacerse una mamografía en la sanidad pública, sea cual sea su nacionalidad de origen, y nos parece irresponsable que un partido político haga un permanente guiño los discursos lepenistas y xenófobos.

 

Porque nosotros no creemos que una campaña electoral consista en crear tensión y en dramatizar por intereses partidistas, sino en difundir y explicar propuestas a los ciudadanos.

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Si yo fuera asesor de imagen del PP habría estado ya tentado varias veces de darme a la bebida para olvidar. El Presidente del Gobierno reconoce sin rubor que mintió reiteradamente a los ciudadanos –que a mí me parece uno de los hechos más graves de los últimos años- y todo lo más que se le ocurre a Rajoy es decir que "ahora reconocen que teníamos razón y, a continuación, inexplicablemente pasa página. Poco después, anuncia el fichaje de Manuel Pizarro y al día siguiente él mismo se contraprograma con la exclusión de Alberto Ruiz Gallardón de las candidaturas, consiguiendo a pulso llevar ese debate interno a las portadas de todos los medios. Hábil como él solo.

 

Pero, más allá de estas torpezas políticas de Mariano Rajoy, el mismo de los hilillos y del primo científico, más allá también de los corrillos, los dimes y los diretes de tertulianos, me parece que el episodio de la exclusión de Gallardón, su gestación y su resolución final, merecerían alguna otra reflexión. Porque a mí me sigue costando mucho tomar como normales cosas que no deberían serlo.

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