Sin duda, la elección de Rosa Díez como diputada es la mejor y mayor bocanada de aire fresco para la democracia española nacida de la Constitución de 1978.
Rosa Díez, con su hondo reformismo, abre una brecha en la ranciedad política que nos invade. Ahora Rosa Díez, sin embargo, tiene que afrontar la tarea de delimitar el espacio de su partido, pasar de la protesta a la propuesta.
Cuando sus problemas en el PSOE entraron en una vía de difícil solución, se le ofrecieron las listas de Falange Auténtica como soporte para su quehacer político, aunque evidentemente Rosa Díez no pertenece a lo que llamamos falangismo democrático, si bien posiblemente se la pueda considerar como lo más cercano a los planteamientos de FA.
Rosa Díez y su partido UPyD no son falangistas democráticos porque su programa socioeconómico no pasa de un tímida socialdemocracia que renuncia a indagar en las causas profundas de la actual situación de infelicidad que, por motivos laborales o profesionales, afecta a millones de personas en España y en el mundo. Cuestionar el capitalismo puede ser políticamente incorrecto pero sigue siendo una alta tarea moral.
Rosa Díez y su partido UPyD no son falangistas democráticos porque su proyecto de regeneración de la democracia se limita a una loable propuesta de cambiar la Ley Electoral y reformar los mecanismos de elección del Consejo General del Poder Judicial, propósitos ambos tan necesarios como insuficientes si lo que se pretende es iniciar una profunda penetración de la democracia en todos los ámbitos de la vida, consiguiendo que no solamente sea un mecanismo de elección sino también el modo de participar en las cuestiones con nos afectan.