Han pasado las elecciones, las últimas de nuestra democracia por ahora. Nos parece muy bien, pero después de casi treinta años de Constitución es hora de parar y pensar como se puede mejorar esta democracia con tantas precariedades y rigideces.

El falangismo democrático apuesta por un ensanchamiento de los cauces de participación pública: más y mejor democracia.

No hace falta salirse del sistema para perfeccionarlo. Con algunos reformas legales en nuestro sistema democrático sería posible la elección de representantes en listas abiertas en lugar de las cerradas y bloqueadas que ahora padecemos, sería posible elegir directamente a los alcaldes y no a través de listas de partido, sería posible una reforma del Senado que convirtiera esta institución en una cámara de representación territorial y no en una cámara de segunda lectura de funciones un tanto inutiles.

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Hace unos días escuché un comentario que consideraba que las elecciones municipales deberían tener lugar cada dos años, dado el ímpetu inaugurador que generan cuando están a punto de celebrarse y la aceleración que provocan en obras que en otros períodos son interminables.

 

Cada cuestión municipal o autonómica que se suscita se entiende en clave electoral por parte de los grandes partidos. Ambos se ajustan perfectamente a su papel y sus discursos son perfectamente intercambiables en función de que se encuentren en el poder o en la oposición, es decir, cada uno diría lo que dice el otro si estuviera en el sitio que las urnas han asignado al otro. Un perfecto paripé.

 

A lo largo del puente de mayo -macropuente en la Comunidad de Madrid-, se han producido diversos incidentes violentos en la capital en el barrio de Malasaña. Cómo no, los unos y los otros arriman el ascua a su sardina con una actitud claramente electoralista. En este barrio en el que ni siquiera existe acuerdo sobre su nombre, pues para unos es el Barrio de Maravillas y para otros el de Malasaña, se han producido incidentes violentos al pretender diversos grupos de jóvenes celebrar el 2 de mayo en la plaza del mismo nombre a base de un multitudinario botellón.

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La llegada de la Semana Santa nos pone de nuevo ante una sociedad cambiada y cambiente en sus más íntimas estructuras. La Semana Santa de oficios religiosos y recato en el vestir ha dado lugar a unas fiestas de primavera propicias para el primer viaje largo del año, el primer chapuzón en el mar o la visita a algún lugar de procesiones, pero en muchos casos vistas más como espectáculo cultural que como vivencia religiosa.

No cabe duda de que el viejo  esqueleto social se ha derrumbado. No es cuestión de volver la vista atrás, pero sí de preguntarnos: ¿qué hemos puesto en su lugar? El consumismo más feroz constituye a día de hoy el único valor fácilmente reconocible en el entramado social.

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Ya han transcurrido cuatro años desde que un día Bush se levantó con ganas de comenzar una guerra y los tontos útiles de aquel momento decidieron secundar su idea. Y se cumplen cuatro años de sangre, de injusticias, de violencia injustificable e incontrolada, de asesinatos y de tristeza. Entre todos los implicados han logrado que en la actualidad, y por desgracia, Irak sea sinónimo de muerte.

 

En estos cuatro años han muerto más de cien mil civiles, de los que más de la mitad fallecieron no por causas de violencia directa sino por las deficiencias de infraestructuras y de servicios sanitarios provocadas por la desastrosa situación. Cien mil inofensivos ciudadanos que han pagado la osadía de nacer en un país al que el chulo de la Casa Blanca decidió cogerle manía. Con esas cifras, no parece que haya ni una sola familia iraquí que no haya sufrido las consecuencias de la embestida aliada.

 

Durante este cuatrienio más de dos millones de iraquíes han tenido que huir de su país y casi otros dos tuvieron que cambiar su vida en la capital y buscar una vida un poco menos peligrosa lejos de Bagdad.

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España es diferente, eso se ha dicho siempre, y se ha dicho porque es una gran verdad. En España hay muchas culturas diferentes, muchas tradiciones diferentes y muchas lenguas diferentes. Ésa es, sin duda, la gran riqueza que tenemos.

 

Por nuestra tierra han pasado innumerables culturas: celtas, íberos, musulmanes, romanos… Y cada uno de ellas nos ha dejado algo en herencia, que ha hecho que nuestro país sea como es, un crisol maravilloso desde Galicia hasta Euskadi o Navarra, desde Cataluña hasta Andalucía, Aragón o Baleares, desde Valencia hasta Extremadura. En España se habla en euskera, en gallego, en castellano, en valenciano o en catalán. Todos deberíamos sentirnos orgullosos de pertenecer a esta tierra.

 

Hoy la autonomía de cada región que forma nuestra España debería ser motivo de orgullo para todos los españoles, procedan de donde precedan, vivan donde vivan, piensen como piensen. Pero la realidad es muy diferente. ¿Qué nos pasa?

 

Vivimos todos contra todos. Por la lengua, por historias inventadas, por fanatismos... Da igual el motivo, y al final, también da igual cuáles han sido las causas que han producido este enfrentamiento entre los españoles.

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