¡Jamás! dijo el general Prim, presidente del Consejo de Ministros hace más de un siglo y unos días después era asesinado, degollado en su casa, tras salir vivo, aunque en pésimas condiciones, de la pólvora disparada a quemarropa, cuando se dirigía a su domicilio por uno de los tres itinerarios posibles. En los tres había anarquistas a sueldo esperándole y, a pesar de haber recibido amenazas de muerte, el responsable de su seguridad, el regente Serrano, no tuvo la acertada idea de custodiar las señaladas calles con algún que otro policía. Decir que los anarquistas "pasaban por alli".
Unos años después, a finales del siglo XX, otro ministro de la Gobernación, Arias Navarro, -convertido en presidente tras el rotundo fracaso de su gestión, proteger al presidente, actuaba de igual forma en otro magnicidio; el turno del presidente Carrero Blanco.
La memoria de Prim ha tenido que esperar 140 para que una investigación exhaustiva, recogida en el libro “Matar a Prim”, le haga justicia. El viejo liberal puede ya descansar en paz, debido a que su momia, y cientos de papeles olvidados por historiadores de una y otra época, y de todos los colores, a gusto del consumidor político del momento, han dado con los hechos y las huellas que, por suerte, deja tras su paso la verdad.
Otra historia de Borbones, viejas y nuevas cuentas e idéntica indolencia, nos ocupa hoy
Aquel entonces, el regente, Francisco Serrano -el de la madrileña calle Serrano-, se hizo cargo de borrar las huellas del magnicidio. El pueblo y sus representantes miraron para otro lado, y el tres veces laureado en las Guerras Carlistas, paso a mejor vida, no sin una puñalada por la espalda, la clásica puñalada trapera, que a día de hoy todavía conserva su momia, a mayor gloria de la verdad.
Ya en el siglo XXI, en el que las historias de masones han perdido fuelle -o no-, son los ecos de un relato narrado a un policía corrupto por la íntima amiga -una de ellas- del rey emérito, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, quien nos asoma a una verdad que ha pasado durante 40 u 80 años, depende de cómo se mire, por delante de nuestras narices, mientras políticos, jueces, altos funcionarios del Estado y presidentes de comunidades autónomas, miraban para otro lado y aprovechaban la coyuntura.
Hoy, gracias a los entresijos y las viejas rencillas en las cloacas del Estado, podemos leer una mañana en un blog de prensa, mientras tomamos café, la miserable historia de un hombre que nadie ha cuestionado durante la democracia. Coleguilla de los inquilinos de la Moncloa, especialmente de los socialistas, y protector de la corrupción extendida por todos y cada uno de los parlamentos españoles, especialmente por los fueros de los Pujol. Aguardado con especial ahínco en despachos y hoteles de super lujo, y abrazado y besuqueado en países donde sus jeques gobernantes, fieles defensores de los derechos humanos, la equidad, la distribución de la riqueza y la justicia social, tienen una especial predilección por el bonachón rey de España, que les ha ido poniendo a huevo las inversiones en nuestra querida España, cual prostituta de lujo.
¿Cuántos años harán falta para que se investiguen, con franqueza, todas las deslealtades, delitos y tropelías llevadas a cabo por el emérito rey Juan Carlos I y su Casa Real?
Quizá, lo que podría ser una pregunta retórica, deje de serlo, gracias a que, Corinna y el excomisario Villarejo -ese truhan que ha estado dando problemas al CNI, y que, efectivamente, no era de fiar-, lo han puesto más fácil. Ahora, que el descrédito va acabando con la impunidad, aunque esté por ver; ahora que ya no cuesta puestos políticos, nos empiezan a salir valientes de debajo del terciopelo de la Cámara, clamando transparencia.
“No hay más ciego que el que no quiere ver”. ¿Qué nos cuenta Corinna que no supiésemos?
Corinna dice que el rey “desempeñó un rol clave en el Instituto Nóos y que llegó a pedir dinero para la entidad”, algo que se puede ver en el sumario y en las investigaciones llevadas a cabo por Anticorrupción, con sólo leer las páginas en las que aparecen las transcripciones de los mensajes de wasap entre Urdanga y Diego Torres -que sólo sintiéndose sobreprotegidos y a salvo del mundanal ruido, pudieron llevar a cabo semejante torpeza-. En los mensajes se detalla como el emérito desarrollaba las pesquisas y llamadas pertinentes para que recibiesen al yerno y su socio en las administraciones públicas españolas, preferiblemente autonómicas, porque en estas se gestiona mejor el fraude y la sinvergonzonería, así, en petit comité, que para eso se hizo el “café para todos” de la gran Espe Aguirre.
El caso Nóos nos dejó dos clarividencias: una, que Don Juan Carlos de Borbón y Borbón ha sido co-partícipe de los delitos de prevaricación, fraude a la Administración y contra la Hacienda Pública y tráfico de influencias, por los que sus “socios” están cumpliendo una pequeña condena. Y que el establishment (conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad, que procuran mantener y controlar el orden establecido), ha pasado por alto la aparición del nombre del entonces rey en el sumario, y ha prejubilado, de forma taxativa, a un juez: en España, persona que se juega el puesto por cumplir con su deber. El valiente juez Castro.
Dice, también, Corinna, que Juan Carlos de Borbón, rey de España entonces, cobró una comisión por el AVE a la Meca en cuentas en Suiza, procedente de los 100 millones de euros entregados por el consorcio de empresas a la intermediaria iraní Shahpari Zanganeh, casada con el traficante de armas Adnan Khashoggi, lo que, tampoco, es ningún secreto. Fue publicado en prensa, junto a las pérdidas de algunas de las empresas españolas que el entonces rey embaucó, aunque no en la prensa oficial, que lo pasó convenientemente por alto. De los telediarios ni hablamos. Con todo y con eso, la hemeroteca de viajes y fotografías del rey, en compañía de este tipo de personajes, está vigente. ¿Acaso creíamos que iban a rezar?
¿Y cuáles fueron las reacciones de su amado y amable pueblo, a todo esto? Ahí lo dejamos. Una pregunta para la reflexión.
El caso es que, en esta tesitura, parece ser Alberto Garzón -sí, ese líder político de la extinguida Izquierda Unida, ahora diputado por Unidos Podemos-, el alzado en armas en aras de la transparencia y la identidad republicana, como valor primordial de la izquierda. Mientras, los que manejan los hilos, confían en que se diluya la noticia, como tantas otras veces, combinando la indolencia de los ciudadanos, la corrupción política y la impunidad de la Justicia.
A este respecto, sólo recordar que Mariano Rajoy llevó a cabo una reforma legal para proporcionar aforamiento al rey saliente y a otros miembros de la familia real, como es el caso de la Reina Sofía. Pasando de este modo de ser inviolable, por su cargo, a ser intocable. Totalmente blindado, incluso en el nada hipotético caso de haber cometido delitos. Así y sólo así, accedió Juan Carlos a dejar el poder, después de que Sofía y el Bilderberg lo dispusiesen, cual madre que ve como peligra la corona de su hijo.
Y la inercia continúa, Zarzuela calla; su hijo, Felipe VI, como si no tuviese padre, fiel al estilo borbón, y Moncloa le resta importancia, arguyendo que son asuntos del pasado, “grabaciones antiguas”, dice, que no afectan al actual jefe del Estado.
¿En serio alguien puede creerse que el ambiente vivido en la Casa Real podía ser ajeno a alguno de sus miembros, a poco que estén en este mundo?
La nueva ministra de Hacienda, por su parte, no está por la labor de aplicar el tan cacareado principio de transparencia, que sí exigían al Gobierno anterior. “Es confidencial”, declara, cuando se ve en la tesitura de arrojar luz y taquígrafos sobre el tema de los “papeles del Paraíso”. ¿Aparece el rey emérito en sociedades domiciliadas en paraísos fiscales? Pregunta retórica.
Y desde Defensa, Margarita Robles y el general Félix Sanz, jefe del CNI, miden al dedillo la información que deben aportar, o no, a la comisión de secretos oficiales, acerca de los datos que poseen sobre las “actividades del Juan Carlos I”.
Mientras tanto, Alberto Garzón espera impaciente. Como espera impaciente a que, ese PSOE al que no preguntaron a la hora de subirse al carro de los vencedores hace unas semanas, apoye sus propuestas.
Garzón no reparó -tampoco se sabe si está en este mundo-, en que han puesto en el poder a un PSOE que aprobaba en su último congreso “la incorporación de valores republicanos, pero sin pedir la supresión de la monarquía”; o lo que es lo mismo, Pedro Sánchez quería llegar a donde está, a costa de lo que fuese. Y ahora, se encuentra con un socio parlamentario que, como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios… si no le gustan, tengo otros”. Y entre los otros principios está ir de la mano del PP y Ciudadanos, como tantas otras veces y cuando el guion lo requiera.
Luego, la comisión de investigación que Garzón pide en el Congreso, para aclarar las pesquisas delictivas realizadas por el que ha sido rey de España y jefe del Estado durante más de 40 años, e investigar sobre si está el emérito rey en la lista de la amnistía fiscal de Montoro, tiene corto recorrido.
Primero porque el frente anticorrupción y pro-transparencia de hace unas semanas, ya no lo es tanto, y empieza a dar la cara tal cual: frente del oportunismo político. Segundo, porque, los partidos que secundan la iniciativa, PDeCAT y EH Bildu, llevan años representando a los asesinos de ETA, organización terrorista responsable de mil muertos inocentes y miles y miles de víctimas, uno de ellos, y el otro, incumpliendo las leyes que estamos obligados a asumir todos los españoles, e imponiendo un corralito político y económico a una sociedad dividida y enfrentada como nunca antes lo estuvo, la catalana. Los mismos que hacen homenajes a los asesinos y los mismos que no han pedido ninguna comisión de investigación y transparencia para aclarar los delitos de la familia real catalana, los Pujol. No es de recibo.
¿De veras quiere el Sr. Garzón que creamos que a todos estos personajes les importan España o los españoles lo más mínimo?
Desde Falange Auténtica creemos que hay que beber de las raíces para no cometer los mismos errores y aprender para rehacer el rumbo las veces que hagan falta. Los padres del régimen del 78 pasaron por alto un proceso constituyente absolutamente necesario para dar pie a un régimen democrático con garantías.
Muy al contrario, aceptaron una Jefatura del Estado impuesta por el dictador, Franco, el que 40 años después se ha convertido en el chivo expiatorio, capaz de formar una cortina de humo con el fin de ocultar una política que no tiene ni idea de como subir los sueldos de los trabajadores, crear nuevos puestos de trabajo, hacer inversiones en nuevos nichos para asegurar el futuro de los más jóvenes, transformar una educación que ocasiona demasiados abandonos y fracasos o mantener una sanidad de todos y para todos, por no hablar de la insolidaridad entre territorios.
Comisión de investigación sí. Es más, proceso constituyente. Intereses partidistas y sectarios, alejados del propósito de conocer una verdad que, por otro lado, ha sido año tras año un secreto a voces, impunemente ocultado, no.
Queremos ser parte de un proceso democrático, con capacidad popular para elegir nuestro modelo de Estado. Un estado social y democrático no puede permitirse perder un solo euro en privilegios de sangre. Incluso aún en el hipotético caso de que la Corona hubiese sido impecable… nada más lejos de la realidad.