Todavía no ha transcurrido un año desde que un anónimo abogado español denunciara al Reino de España por corrupción judicial sistemática ante el Departamento de Justicia de la Unión Europea. Nos lo acaba de recordar Diario 16, único medio español aparentemente interesado en este particular.

A pesar de su gravedad el asunto estaba destinado a diluirse dentro del inasible caudal de la actualidad y de la microinformación diaria. Es lo habitual. Pero dos factores han concurrido para que el plazo de caducidad de la noticia haya sido prorrogado: que la Unión Europea tomara muy en serio la demanda y que sus instituciones lleven ya diez meses sin saber muy bien qué hacer con la patata caliente. Tal vez alguien se ha tomado la molestia de traducir a todas las lenguas oficiales de la Unión el viejo aserto español que afirma que, cuando el río suena, agua lleva.

La actuación de este abogado anónimo, tan digno de portar su toga, se mantiene en la línea de una denuncia elevada un mes antes por la Asociación Europea de Ciudadanos contra la Corrupción ante el organismo GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción), dependiente del Consejo de Europa, por la “corrupción sistemática de Consejo General del Poder Judicial”.

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España presume de su sistema sanitario, con razón, salvo algunas lagunas, como la atención dental, es uno de los mejores del mundo, con asistencia universal y gratuita, aunque, como todo lo demás, se haya visto perjudicado por los reinos de taifas que suponen los gobiernos autonómicos.

Entonces, lo que es bueno para la Sanidad ¿por qué no lo es para otros sectores básicos de la sociedad? Se habla cada vez más de unificar los criterios en educación, una de las principales fuentes origen de niños y jóvenes educados en la indiferencia, cuando no en el odio, hacia su propio país y en la tergiversación partidista de la Historia.

Pero los años han demostrado que, como es lógico, lo que es bueno para la elite financiera y para las multinacionales globalizadoras no lo es para la ciudadanía (antes el pueblo). Voy a poner un ejemplo muy sencillo ahora que estamos en verano.

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Celebramos un 1º de Mayo de silencio y calles vacías. La izquierda, instalada en los cómodos sillones del parlamento y en las moquetas de los ministerios, huérfana de las verdaderas luchas del pasado, se empeña en buscar causas para seguir con su parafernalia teatral de pancartas y manifestaciones. El animalismo, el ecologismo, los homosexuales, la violencia de género, el clima, la xenofobia, el racismo… A medida que estas modas reivindicativas van perdiendo fuelle, van poniendo su discurso al servicio de una nueva causa que, eso sí, saben mover y difundir con una propaganda y una superioridad moral ganadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

A rebufo de esa izquierda internacional que ganó en los sesenta la batalla de la propaganda cultural, la española supo labrar un discurso donde se ensalza aquel jardín de las Hespérides que  para ellos fue la IIª República, engrandeciendo a los supuestos genios culturales en el exilio de la España franquista, mientras reivindican el (falso) discurso del “páramo cultural” en el interior del país. Igualmente, en esta España donde, para rematar la faena, la crisis del Corona virus nos dispara hasta los 9 millones de parados, la izquierda, ahora en el poder, olvida sus orígenes de lucha obrera, desatendida desde hace décadas, para reivindicar desde sus acomodadas vidas burguesas, esas causas de moda.

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Mientras los politiquillos de baja estofa que padecemos en nuestras instituciones, se dedican a las discusiones, insultos y amenazas, amagando sin dar, como borrachos de taberna, una gran multinacional nipona del automóvil deja a miles de españoles en el paro, una más que sumarse a una larga lista, recuerdo la Guillete en Sevilla entre otras tantas. Pero el capital que huye no es solo extranjero, hace décadas que empresas españolas han trasladado sus sedes de elaboración a otros países con la mano de obra más barata.

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Movistar se sube al tren del blanqueo de la historia de la ETA con su nueva producción “La línea invisible”, serie televisiva sobre los orígenes de la banda terrorista recientemente estrenada, publicitada y disponible en su plataforma digital. El guión, firmado al alimón por Alejandro Hernández y Michel Gaztambide, pretende edulcorar los inicios de la organización terrorista a través de unos personajes muy jóvenes, de corte idealista y languidez angelical que se debaten entre la lucha armada y la indefensión frente a un franquismo que, todavía en 1959, mantiene bien engrasado su sistema represivo.   

Bastan apenas unos minutos de visionado para apreciar la motivación del cinematográfico libelo. Se trata de presentar los albores de la violencia etarra en términos de legítima defensa. Burda artimaña al servicio de un fin último mejor conocido: la equiparación entre las víctimas “de ambos lados”. En definitiva, trasladar las tesis de ETA y sus cómplices social-comunistas a la intimidad del hogar familiar, bien entendido que si las palabras nunca son inocentes las imágenes lo son aún menos.  

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