Miguel Ángel Loma
En una monarquía parlamentaria como la española, pocas obligaciones se le exigen a un monarca que por prescripción constitucional es inviolable e irresponsable (bueno, la Constitución dice que su persona "no está sujeta a responsabilidad", que suena mejor). Menos aún se le exige al Príncipe heredero. Prácticamente una sola cosa: que se empareje adecuadamente y provea de sucesión a la Corona, por aquello de asegurar la continuidad biológica de la institución, que, según algunos, es una de las ventajas que ofrece la monarquía frente a otras formas de Estado más plebeyas. El cumplimiento de esta gozosa servidumbre por el joven Príncipe comienza a demorarse demasiado, preocupando a algunos padres de la patria, que no quieren ni pensar lo que podría ocurrir si por causa de un malhadado suceso desapareciera nuestra altísima majestad, y operara la sucesión a la Corona en la dinastía Marichalar.