Miguel Ángel Loma
El grave desafío que mantiene el gobierno nacionalista vasco ante la ilegalización de Batasuna (que no ha suscitado alarma epistolar en los obispos vascos), y la nueva ofensiva criminal de los etarras, confirman que en la batalla definitiva contra los asesinos y quienes les amparan, no podremos contar con la colaboración de los chicos de Ibarreche, que con su actitud caminan consciente y paulatinamente hacia el borde del precipicio. Catedráticos en la sutil dialéctica de la ambigüedad, la derecha nacionalista vasca va agotando su magisterio a golpe de piroctecnias jurídicas, situándose en una incómoda posición que comienza a preocupar también a sus colegas separatistas del resto de España.
De persistir el gobierno de Ibarreche en su reto, y por mucho que se lo piensen Aznar y Zapatero, no quedará otra solución que acudir a las medidas extraordinarias del artículo 155 de la Constitución, precepto que causa demasiado respeto a nuestros legisladores, incapaces de despertarlo y ponerlo en práctica. Pero aquí caben ya pocos sueños y pocas esperas: o afrontamos el secuestro del país vasco con todas sus consecuencias y sin complejos, o corremos el riesgo de generar una situación aún peor, si cabe, de la que padecíamos.