Miguel Ángel Loma
Con motivo de las revueltas y manifestaciones montadas a principio de febrero contra la Ley Orgánica de Universidades (LOU), un grupo de matriculados universitarios, con apariencia y modos de kale borroka, asaltó el Rectorado de la Universidad de Sevilla. En el asalto destrozaron a golpes de barras de acero una puerta del siglo XVIII (¡abajo las antigüedades que obstruyen el camino de la libertad!), se llevaron por delante a los agentes de seguridad y accedieron hasta el despacho del rector, donde derribaron la bandera nacional e hicieron artísticas pintadas por las alfombras. Finalmente y valiéndose de bancos de madera irrumpieron violentamente en la sala de juntas de gobierno; el rector pudo escapar por una puerta trasera... Las imágenes de aquel espectáculo abrieron muchos telediarios nacionales (con perdón) y autonómicos.
A cinco de estos fogosos chicos y chicas se les abrió un expediente cuya fase de instrucción ha concluido ahora con la propuesta de expulsarles a perpetuidad de la Universidad de Sevilla.
Nada más conocerse esta resolución, las inocentes criaturitas se manifestaron ante el despacho del catedrático instructor exigiendo la readmisión inmediata y calificando la propuesta de desproporcionada, injusta, brutal, criminal e inquisitorial. Añaden además que no se ha probado que fueran ellos los causantes de los daños producidos, porque había muchos más, cerca de cincuenta (esto creo que se llama solidaridad universitaria). Como no podía ser de otra manera el Defensor del Pueblo Andaluz, don José Chamizo, ha solicitado que se reconsidere la gravedad de la sanción.
No sé si se merecen la contundente condena que propone el instructor, o si lo más procedente fuera hacer precisamente lo contrario: readmitirlos a todos pero con la condición de que permanezcan en la Universidad a perpetuidad. A perpetuidad o hasta que aprendan a defender sus ideas con el peso de sus argumentos y no con la violencia, o hasta que satisfagan de algún modo el cuantioso importe de los destrozos que produjeron. (A no ser que el grupo parlamentario de IU, que ha pedido por carta al rector que permita a los expedientados continuar sus estudios, vaya a hacerse cargo de dichos daños).
Lo que no hemos oído es que ninguno de los revoltosos serafines se haya disculpado por su heroica gesta. En esto de no pedir perdón, como en lo de destrozar lo que encuentran a su paso y en la inquina que les produce la presencia de una bandera española, se parecen demasiado estos chicos a otros chicos. Pero quizás sea mejor que permanezcan dentro de la universidad y no sueltos por la calle, aunque tengamos que acolchar las aulas donde se les instale no sea que se vayan a hacer daño al agitar sus revoltosas alitas.
Lo peor de este asunto es que mucha parte de la culpa no la tienen los expedientados, sino quienes envenenan sus sueños juveniles de justicia, haciéndoles creer que con sus torpes acciones luchaban por la recuperación de una enseñanza pública profundamente descompuesta desde hace veinte años. Lo peor es que la mayoría de "ideólogos" que calientan las cabezas de estas criaturitas tienen a sus retoños estudiando en universidades privadas.
Es similar a lo que sucede con los nacionalistas de boina y barretina que imponen el euskera, el catalán o el gallego para los niños y jóvenes de sus nacioncitas, mientras sus privilegiados hijos manejan con fluidez la lengua de Shakespeare en selectos centros educativos. También en esto unos agitan el árbol, las aulas o las jaulas, y otros recogen las nueces, las heces o los expedientes.