Movistar se sube al tren del blanqueo de la historia de la ETA con su nueva producción “La línea invisible”, serie televisiva sobre los orígenes de la banda terrorista recientemente estrenada, publicitada y disponible en su plataforma digital. El guión, firmado al alimón por Alejandro Hernández y Michel Gaztambide, pretende edulcorar los inicios de la organización terrorista a través de unos personajes muy jóvenes, de corte idealista y languidez angelical que se debaten entre la lucha armada y la indefensión frente a un franquismo que, todavía en 1959, mantiene bien engrasado su sistema represivo.
Bastan apenas unos minutos de visionado para apreciar la motivación del cinematográfico libelo. Se trata de presentar los albores de la violencia etarra en términos de legítima defensa. Burda artimaña al servicio de un fin último mejor conocido: la equiparación entre las víctimas “de ambos lados”. En definitiva, trasladar las tesis de ETA y sus cómplices social-comunistas a la intimidad del hogar familiar, bien entendido que si las palabras nunca son inocentes las imágenes lo son aún menos.
Una publicación falangista nunca podría acoger entre sus líneas la disculpa de ninguna clase de represión policial ejercida más allá de los límites que marca el más estricto respeto a los derechos elementales de las personas. A este rechazo genérico se suma, en el caso de la represión franquista, el repudio hacia un aparato coercitivo volcado, con todo su rigor, contra camaradas falangistas por su oposición al régimen de Franco. Sin embargo, en múltiples declaraciones Falange Auténtica ha manifestado también su rechazo de la violencia como instrumento de la acción política. Por eso no debe entenderse que su denuncia pueda traducirse en una aceptación tácita de la vieja justificación de la ETA, tan cara al conjunto de la izquierda, como forma válida de lucha armada antifranquista que sólo pierde su legitimidad cuando la democracia española queda “restablecida” en 1978.
El itinerario del PSOE para transitar desde los GAL de Felipe González hasta la política de blanqueo iniciada por Zapatero y continuada por Sánchez resulta de una opacidad sólo comparable a la histórica bajada de pantalones de Aznar (ya saben: lo de “saber ser generosos” con “el movimiento vasco de liberación nacional”, que para eso están las hemerotecas). Tal vez, en un arrebato de coherencia, el social-comunismo en el poder haya aceptado definitivamente que la ETA, siendo una organización terrorista, lo es de inequívoco pedigrí e ideología marxista-leninista. Y entre rojos anda el juego.
Sea como fuere, la cuestión esencial ahora es la de retorcer la imagen perversa de la banda armada, la de hallar el modo de borrar de la memoria colectiva las escenas terribles del atentado del Hipercor de Barcelona o de la puesta en libertad del señor Ortega Lara, por poner sólo un par de ejemplos. Y sólo hay un camino: el de humanizar a los asesinos. Mostrarlos como personas con sentimientos, con emociones, perfectamente cualificados para beberse una botella de vino con la viuda de una de sus víctimas sin que pase nada, oyes. Que eso ya lo vimos, conteniendo el vómito, en el capítulo estrella de la serie “ETA, el final del silencio”, con guión y dirección del periodista Jon Sistiaga y producción, ¿casualidad?, también de Movistar.
Humanizar a los asesinos. Así arranca “La línea invisible”, con un joven adornado de las más elevadas virtudes morales (sensibilidad, ternura, patriotismo estilo gaita y lira, amabilidad, generosidad, lealtad, etc.) atravesando un bosque idílico porque, como dejó bien advertido Fernando Savater, el nacionalismo vasco parece más cuestión de agricultura que de política. Va el joven, enjuto y apocado “gudari” al encuentro de sus compañeros en una iglesia rural (otro tópico etarra insuficientemente esclarecido aún). Quiere relatarles su encuentro de pesadilla con el comisario Melitón Manzanas que es, a la sazón, jefe de la Brigada Político Social de San Sebastián. Ha sido torturado pero, en honor a la verdad (cosa que el guión se cuida mucho en no hacer hincapié) ni su vida ha sido puesta en peligro, ni se le ha impuesto restricción alguna a su libertad, ni se le ha asignado siquiera vigilancia policial ya que, de otro modo, el clandestino encuentro no hubiera tenido lugar.
Pero, claro… cuando a uno lo inflan a leches y le arrancan las uñas en un sórdido cuartelillo lo que hay que hacer es tomar una pistola y vengarse, ¿no? Liarse a tiros, ¿verdad? Hasta aquí, nos tememos, llega el “buenismo” del etarra; a partir de aquí, 853 muertes, 6.389 heridos, 10.000 víctimas de extorsión. Tales son los datos fríos de la ETA, pero escálelos el lector en su fuero interno hacia el dolor causado a las personas, póngase en la piel de las víctimas. Y sólo después considere, adicionalmente, la recaudación de 150 millones de euros en concepto de impuesto revolucionario, atracos y pago de rescates, en los 224 atentados aún pendientes de resolución o en el gasto para las arcas del Estado de 25.000 millones (¡veinticinco mil millones!) de euros en concepto de lucha antiterrorista (el coste completo para construir un hospital es de unos 300 millones… haga usted sus cálculos).
Humanizar al asesino, mostrar la cara que suda detrás de la capucha, deconstruir la lógica acusatoria del tiro en la nuca... tal es el repugnante acuerdo alcanzado quién sabe entre quién, ni cuándo ni a cambio de qué. Porque, ciertamente, un acuerdo político, alguna clase de pasteleo, debe subyacer a toda esta infamia. No ya en la nuda doctrina de la humanización del asesino sino incluso en su misma estrategia de colocación y venta. Porque no parece casual que Movistar estrene su serie blanqueadora precisamente ahora, en estos momentos de máxima audiencia televisiva debido al confinamiento por el coronavirus. Como no parece casual que HBO haya pospuesto, por idéntico motivo, el estreno de la adaptación televisiva de Patria, el best seller de Fernando Aramburu, cuyo rodaje ha finalizado hace tiempo. Resulta lamentable que haya de ser una productora norteamericana quien asuma el papel que correspondería a las españolas en la preservación de la verdad histórica y la dignidad de las víctimas; pero aún más que, en el tratamiento televisivo de la historia de la banda terrorista, la secta de los creyentes en el humanismo etarra haya tomado la delantera. Porque siempre resulta más efectivo y sencillo imprimir una primera imagen en la memoria del espectador que sustituirla posteriormente por su contraria. En audiovisual suele utilizarse una premisa de manual: quien pega primero pega dos veces.
PSOE y PODEMOS suman un 40% de los votos emitidos en las elecciones de hace cinco meses con casi 10 millones de votos. Esto es lo que hay. Entre la ira y la nausea, bienvenidos a la postverdad.
Gonzalo Beltrán.