España presume de su sistema sanitario, con razón, salvo algunas lagunas, como la atención dental, es uno de los mejores del mundo, con asistencia universal y gratuita, aunque, como todo lo demás, se haya visto perjudicado por los reinos de taifas que suponen los gobiernos autonómicos.
Entonces, lo que es bueno para la Sanidad ¿por qué no lo es para otros sectores básicos de la sociedad? Se habla cada vez más de unificar los criterios en educación, una de las principales fuentes origen de niños y jóvenes educados en la indiferencia, cuando no en el odio, hacia su propio país y en la tergiversación partidista de la Historia.
Pero los años han demostrado que, como es lógico, lo que es bueno para la elite financiera y para las multinacionales globalizadoras no lo es para la ciudadanía (antes el pueblo). Voy a poner un ejemplo muy sencillo ahora que estamos en verano.
Tomemos una ciudad importante española con un clima infernal en verano, Sevilla. En un sitio como este, donde las personas deben soportar durante meses temperaturas que hacen insoportable transitar por la calle de día y muy difícil dormir de noche, el acceso a unas tarifas eléctricas baratas debería ser primordial para poder disfrutar de instalaciones de aire acondicionado en cada casa. Esto no es así, la electricidad no es barata, ni el gas, ni tan siquiera el agua (muy al contrario en este caso).
Ahora analicemos lo ocurrido con las grandes empresas que gestionaban esos servicios básicos desde que España se acopló a la Unión Europea. Las leyes anti monopolio han servido para subastar las grandes empresas estatales y crear un estado ficticio de competencia y mercado libre. Sí, digo ficticio porque en realidad las tarifas eléctricas, los carburantes, los billetes de tren… siguen teniendo un precio único pactado por esas empresas que, normalmente en manos extranjeras, se reparten la tarta española. Y no digamos ya el tema de la telefonía, probablemente el peor gestionado y donde más abusos se cometen con los clientes.
Todo ello mientras ha sido desmantelada toda la trama industrial de nuestro país. La pandemia de COVID19 ha puesto de manifiesto algo básico que nos enseñaban en primero de Historia, un país que depende del monocultivo está abocado a la ruina cuando cae el mercado de ese producto, la típica república bananera, pues bien, alguien decidió en su momento que España sería un chiringuito destinado al ocio de sol, playa y borracheras para los blanquitos del Norte. Así se desmanteló la industria para que las grandes marcas internacionales explotaran más y mejor la mano cuasi esclava del tercer mundo y los políticos salientes tuviesen consejos de administración para sus retiros dorados.
Astilleros, Renfe, Iberia, Campsa, Correos, Telefónica, etc. han sido grandes empresas, que han proporcionado miles de puestos de trabajo, con numerosas ventajas sociales para las familias de sus empleados. Siempre con la leyenda negra de que al ser prácticamente funcionarios y no tener competencia, los servicios y las gestiones se resentían, esto, aparte de no ser verdad, no tiene porqué ser así, una gestión competente, donde prime la excelencia y se exija el trabajo bien realizado, solo es cuestión de honradez y de seleccionar a los mejores para los puestos más importantes.
Al fin y al cabo, el enchufismo, lejos de desaparecer, se ha incrementado, el clientelismo y la dependencia de las empresas ante las instituciones públicas, sean ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autonómicos, es peor que nunca, todo por el papelito en la urna, a muchos les va el sueldo en ello.
Eugenio Abril.