Los primeros con Europa era el lema con el que la propaganda oficial –tan poco institucional- nos bombardeaba en los meses previos al referéndum celebrado en España. Antes de que la Junta Electoral la prohibiera (porque más que incentivar la participación, vulneraba la neutralidad de los poderes públicos), el ejecutivo español pretendía hacernos creer que íbamos a ser poco menos que los adelantados de una nueva era en el continente. Atreverse a criticar el contenido del Tratado que era objeto de consulta –contenido del que aquí se informaba sesgadamente y no se debatía nada- suponía ser tachado de antieuropeo.
Han tenido que ser en esta ocasión nuestros vecinos franceses quienes nos demostraran que era razonable y oportuno debatir sobre la propia "Constitución antes de votar. Y que se podía legítimamente decir no a este Tratado sin caer en la marginalidad política y sin perder, por descontado, un ápice de europeidad. Francia, fundadora de las Comunidades Europeas, país de secular tradición democrática, ha dicho no a esta concreta norma, y lo ha hecho con claridad y sin ningún tipo de complejo. Con ello, la población francesa ha demostrado una madurez política capaz de resistir las desesperadas y catastrofistas manifestaciones de la mayoría de sus propios líderes políticos, a cuyo coro se ha sumado con entusiasmo nuestro Presidente.