Cuando algunos representantes políticos insistían estos días en que el llamado "Plan Ibarretxe tendría un corto recorrido porque sería rechazado en el Congreso de los Diputados, menospreciaban la inteligencia de los ciudadanos o menospreciaban la inteligencia política del lehendakari.
Juan José Ibarretxe contaba con que el Congreso de los Diputados rechazaría su plan, obviamente. Su presencia en este debate no buscaba convencer a la mayoría de los diputados. Es más: a él le daba absolutamente igual cuál fuera el resultado de la votación, porque ya había declarado, desde un primer momento, su total falta de respeto hacia la misma y su voluntad de seguir adelante con su proyecto en cualquier caso, dijera lo que dijera el parlamento español.
Una de las pancartas colocadas ayer en las entradas de Madrid
Su presencia ayer en Madrid estaba pensada para "consumo doméstico. El lehendakari no tenía la vista puesta solamente en los parlamentarios a los que se dirigía, sino que miraba de reojo a su posible clientela política en el País Vasco. Pretendía única y exclusivamente, escenificar, de la forma más gráfica posible, una colisión entre una supuesta "voluntad de los vascos y "la cerrazón del parlamento español. Era su punto de partida para la precampaña electoral de las autonómicas: "en Madrid no nos comprenden, no nos quieren, no nos dejan ser lo que queremos ser.... El conocido victimismo nacionalista que, a partir de una historia reinventada, explota de forma permanente el sentimentalismo de los pueblos.
Su habitual discurso, repleto de alusiones a manos tendidas y apelaciones al diálogo, escondía, como siempre, exactamente lo contrario: un trágala, una ruptura de las reglas del juego básicas, un cambio unilateral del sujeto de soberanía sin la menor base histórica, un acuerdo entre "abertzales limitado al tripartito que apoya a su gobierno y al brazo político de una banda terrorista, con desprecio al resto de fuerzas políticas vascas. Ibarretxe era portador, detrás de esa retórica engañosa, de un desafío: la proclamación de que él seguirá adelante con su decisión de convocar un referéndum ilegal.
Los representantes de los principales grupos políticos estuvieron, sustancialmente, correctos en sus intervenciones. Lógicamente, desde un grupo político alternativo como el nuestro podrían formularse mil y una consideraciones sobre afirmaciones y planteamientos discutibles y, muy especialmente, sobre graves responsabilidades y dejaciones de todos ellos en el pasado que han conducido a la actual situación. Pero, llegados a este punto, justo es reconocer que, en el Congreso, las intervenciones de los representantes democráticos de los grandes partidos nacionales, esta vez sí, estuvieron a la altura del reto, al menos en lo fundamental. Evitaron con inteligencia engordar ese victimismo del lehendakari, no cayendo en la tentación de las declaraciones excesivamente gruesas, pensadas a la inversa que el discurso de Ibarretxe: para consumo del electorado del resto de españoles no vascos. Hubo incluso aparente reparto de papeles –más institucional y conciliador en su tono el Presidente del Gobierno, políticamente más incisivo el portavoz socialista-. Pero lo cierto es que el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo se expusieron todas las ideas básicas que cabía esperar: la defensa de la soberanía nacional, la defensa de la legalidad constitucional, la crítica inequívoca a esta deslealtad y esta incierta aventura rupturista emprendida por el lehendakari, la constatación de que perjudica a Euskadi y genera más fractura social en esa comunidad, o el recordatorio de que no sólo la mayoría de los representantes democráticos de los españoles sino también en concreto la mayoría de los diputados que representan a las tres provincias vascas votarían en contra del Plan.
Pero que nadie crea que este asunto ha concluido. Esta fase estaba contemplada en la "hoja de ruta de los nacionalistas vascos y ni les sorprende ni constituye imprevisto alguno. Tendremos más noticias, lamentablemente.
El nacionalismo etnicista vasco opera con la tradicional actitud del "bombero pirómano. Genera un grave problema y después dice que, para solucionar la situación, hay que ceder exactamente a las pretensiones que ellos mismos plantean. Pero detrás está la comunidad con el mayor nivel de autogobierno de toda Europa, cuyos principales problemas reales son otros. Los problemas cotidianos de la política, la sociedad o la economía que una acción de gobierno –inexistente en esta última legislatura autonómica- debe atender en su gestión. Y, sobre todo, muy por encima de cualquier otra consideración, el problema específico de la exclusión social de una parte importantísima de su población. Eso es el verdadero conflicto vasco: la dictadura del miedo que hace que la población no nacionalista no pueda vivir en paz y en libertad. El verdadero drama de Euskadi, el drama humano y político, no preocupa a este nacionalismo vasco, que quiere mantener su particular negocio político en pie a base de inventar un conflicto histórico y de alimentarlo irresponsablemente a cualquier precio.