Martín Alhaja
Vienen a trabajar, como durante décadas los hicimos nosotros en Europa o Hispanoamérica. Con su trabajo se construyen las casas en las que luego vivimos, los hospitales a los que acudimos, las escuelas a las que van nuestros hijos. Son mujeres inmigrantes las que cuidan de los ancianos y los niños porque "el recorte de gasto público hace que no haya ni guarderías ni residencias para la tercera edad a precios asequibles para las familias trabajadoras. Sus cotizaciones a la Seguridad Social sin parte fundamental del superávit de los últimos años y con ello garantizar los fondos de los que todos cobraremos las pensiones (si el Gobierno de turno no acaba por dar otro tijeretazo a este derecho).
Con su esfuerzo y endeudándose, como todos nosotros, son responsables de la compra de 40.000 viviendas al año. Contribuyen de manera muy importante a la economía a través del consumo. Las facturas de telefonía móvil superan los 1.500 millones de euros al año (casi el triple de lo que facturan los españoles como media) y dedican de 3.500 a 4.000 millones de euros a la compra de alimentos.
En un país como España donde entre el 22 y el 30% (según las fuentes) del Producto Interior Bruto (la riqueza total del país) se genera en la economía sumergida, significa que para una buena parte de los empresarios es su principal fuente de riqueza pues se ahorran seguros, pagas, derechos, impuestos… que se meten en los bolsillos pagando además salarios de miseria. Los trabajadores inmigrantes se han convertido en la principal fuente que nutre esa economía sumergida. Son parte de los trabajadores de este país, no tienen nada que agradecer a nadie pues, como cualquiera de nosotros, viven o sobreviven de su sacrificio diario. Y cuando alguien vive de su trabajo, si no tiene papeles no es un "ilegal es un trabajador, un obrero sin derechos.