Por C. Vara
Como un empresario acostumbrado al monopolio y al aquí mando yo, preocupado por el avance de su competencia y por no poder ejercer su poder sobre parte del mercado, el presidente de EEUU realizó una gira por Iberoamérica el pasado mes de marzo. Con el único propósito de confirmar en qué naciones puede seguir haciendo negocietes y a cuáles sigue teniendo agarradas bien de sus partes, visitó Brasil, Colombia, Guatemala, México y Uruguay. La versión oficial de la visita era que ésta se producía para estrechar lazos y transmitir un mensaje de cooperación con estos países, cuyos gobernantes estaban demostrando que tomaban las decisiones correctas. Decisiones correctas para los interesen norteamericanos, evidentemente.
En un continente donde la mano estadounidense aplasta cualquier conato de desobediencia, eso sí, apoyada siempre por la oligarquía de turno de cada país en cuestión, y en unas tierras cada vez más empobrecidas -los últimos informes hablan de 49 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza-, el administrador único de medio mundo se paseó con sus andares chulescos y sus mensajes preestablecidos.