Por Carlos Javier Galán
Las elecciones presidenciales celebradas en Nicaragua han deparado la victoria del candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Daniel Ortega Saavedra, quien ya fuera presidente del país y que regresa así al poder dieciséis años después. Es una oportunidad única y, por eso, conviene tener presente el contexto en el que se produce y los antecedentes históricos de la misma.
Tras una larga lucha armada contra la dictadura de Anastasio Somoza, los sandinistas alcanzan el poder en 1979, en un día histórico y esperanzador para el pueblo nicaragüense. Acompañando físicamente a la guerrilla popular en su entrada en Managua, estuvieron algunos de nuestros compañeros del peronismo montonero.
Se pone en marcha así la que, en mi particular opinión, constituye una de las más hermosas revoluciones del siglo XX, que enarboló la bandera rojinegra del patriotismo y la justicia social.
Los sandinistas convocan en 1984 elecciones presidenciales -no reconocidas por EE.UU. y con la autoexclusión de parte importante de la oposición-, en las que obtienen una amplia victoria y, a principios de 1987, se aprueba la nueva constitución democrática del país.
El decenio 1980-90 marca un período de profunda transformación en este pequeño y pobre país centroamericano. Casi de forma inmediata tras el triunfo de la Revolución, nada menos que 115.000 jóvenes se movilizan por todo el país en la Cruzada de Alfabetización Nacional que, en tan solo cinco meses, logra reducir el analfabetismo del 503 al 129 %. Fue un hito que mereció el aplauso internacional y que es recordado gratamente por la inmensa mayoría del pueblo nicaragüense, con independencia de filiaciones políticas. Según la UNESCO, Nicaragua es la nación que más jóvenes ha movilizado en acciones educativas en el siglo XX. Paralelamente, se estableció la Educación permanente de adultos y la Educación especial para niños con necesidades específicas (procedentes de la calle y la marginalidad social, discapacitados, etc), se constitucionalizó la enseñanza obligatoria y gratuita desde preescolar hasta la Universidad, se otorgaron miles de becas y se construyó más de un millar de nuevos centros educativos. Se constitucionalizó igualmente el sistema sanitario público y gratuito, que se fue extendiendo a todas las zonas rurales, se iniciaron campañas de vacunación, se erradicaron (poliomielitis) o se controlaron (tosferina, sarampión...) enfermedades que durante siglos habían castigado a los sectores más desfavorecidos, se amplió la esperanza de vida nada menos que en trece años (de 50 a 63), se pusieron en marcha programas de salud, se multiplicó por tres el personal sanitario con respecto a la dictadura, se construyeron cinco nuevos hospitales y centenares de puestos de atención sanitaria y la Organización Mundial de la Salud calificó a Nicaragua como un país modélico en este aspecto. Comenzaron a celebrarse los foros populares De Cara al Pueblo, en la que los gobernantes comparecían ante los gobernados buscando el contacto personal para atender preguntas, escuchar quejas, sugerencias... Se revitalizó la cultura, con la creación de editoriales y escuelas de arte o el impulso decidido a la edición de libros. Se hizo una reforma agraria, entregando tierras al campesinado, creando más de mil cooperativas, facilitando maquinaria, favoreciendo el crédito y poniendo en marcha proyectos productivos que generaron empleo y actividad económica. Se fue tejiendo por el país una red de asistencia social para niños, ancianos..., con más de doscientos establecimientos entre comedores rurales, comedores urbanos y diversos centros de atención. Se impulsaron ocho grandes proyectos industriales nacionales. Se creó el Instituto Nicaragüense de Energía, construyendo dos plantas geotérmicas y dos centrales hidroeléctricas, llevando la energía a muchos hogares y extendiéndola a áreas rurales. Se nacionalizó la minería y se inició la rehabilitación de la flota pesquera. El agua potable corriente llegó a casi el 54 % de la población, lo que suponía el doble que con la dictadura somocista. Se construyeron más de 12.000 viviendas protegidas, afrontándose otros miles de actuaciones en la materia. Hubo más de 250 proyectos en materia de transportes y comunicaciones, como carreteras, puentes, etc. Se crearon dos nuevas pistas aéreas y se pusieron en marcha más de una decena de establecimientos o complejos turísticos.
La Cruzada de Alfabetización multiplicó por miles imágenes como ésta
Ciertamente, quedaba muchísimo aún por hacer, pero la pequeña Nicaragua inició una sugestiva transformación y empezó a contar con una mejor agricultura, una incipiente industria, un buen sistema sanitario y educativo, una red social y unas mínimas infraestructuras, despertando además una intensa solidaridad internacional.
La guerra impuesta por los norteamericanos dificultó, cuando no destruyó de forma criminal, el esfuerzo inmenso del pueblo nica. Poco le importó a EE.UU., la búsqueda de la paz dialogada por parte de las repúblicas centroamericanas, a través del Grupo de Contadora y de los acuerdos de Esquipulas II. Frente a las cifras limitadas de recursos que manejaba el pequeño Estado nicaraguense, en el período 1981-89 EE.UU. se permitió el dedicar nada menos que 15.000 millones de dólares a destruir los movimientos revolucionarios en la región, lo que apuntaba de forma muy especial a la Nicaragua sandinista. El bloqueo cerró el mercado norteamericano a los productos de este país. Reagan convirtió las naciones vecinas de Costa Rica y, sobre todo, Honduras, en bases de agresión a Nicaragua a través de la contra, armada y financiada por los norteamericanos. Comandos especiales de la CIA minaron los puertos nicaragüenses, atacaron el aeropuerto internacional de Managua y algunas instalaciones energéticas. La contra dentro del país arrasó cuanto pudo de la estructura productiva y social que el gobierno sandinista iba levantando. Los centros educativos, los puestos de salud o las cooperativas agrícolas a las que nos hemos ido refiriendo fueron atacados y destruidos en muchas ocasiones. El gobierno se vio obligado a detraer cuantiosos recursos al proceso de cambio en el país y dedicarlos a la defensa nacional. En el tramo final del período sandinista, la contra y los norteamericanos no han logrado ganar la guerra, todo lo contrario, pero sí han conseguido devastar el país y convertir en infructuoso buena parte de ese prodigioso proceso de transformación.
Pero, ¿qué molestaba a EE.UU.? El viejo discurso de defender la democracia o las libertades, siempre con la peculiar interpretación norteamericana, no "cuela aquí. Es cierto que Nicaragua cuenta con el respaldo del bloque del Este -y se aferra a él para su supervivencia ante el bloqueo y los ataques armados- pero, pese a la persistente propaganda yankee, no es un país comunista ni de lejos. No tiene un partido único: su constitución ha reconocido el pluripartidismo y la celebración de elecciones democráticas. No tiene una economía enteramente estatalizada: se estableció un sistema de economía mixta que reconoce la propiedad privada, aunque con un sector público fuerte y promoviendo las cooperativas y las iniciativas de economía social. No profesa el materialismo ni prohibe las creencias: por ejemplo, el cristianismo, en el nuevo régimen nicaragüense, no sólo está permitido sino que en buena medida su esfuerzo está reconocido e incorporado en la revolución, y sirva de ejemplo que dos ministros del Gobierno son sacerdotes católicos y que la propia Constitución incluye en su preámbulo una referencia expresa a la aportación de los cristianos... Pero, sobre todo, resulta paradójico que EE.UU., valedor y mantenedor de un sanguinario déspota como Somoza, pueda poner peros de forma hipócrita al nuevo modelo nicaragüense.
Durante la prolongada guerra, miles de jóvenes son reclutados forzosamente por el gobierno nicaragüense para participar en tareas de defensa. El conflicto impuesto por los dirigentes norteamericanos causa cincuenta mil muertos, algo que genera impopularidad entre los ciudadanos, que quieren vivir en paz y que acabe ya esa sangría de muertes en sus familias y de destrucción en el país. El chantaje está servido. En las siguientes elecciones de 1990, la oposición, apoyada por EE.UU., se une en torno a Violeta Chamorro (una persona moderada y con perfil alejado del somocismo) y se compromete a algo que el FSLN, por el contrario, no puede garantizar: que si ganan ellos se acabará la guerra.
Efectivamente, ganan y EE.UU. pone fin a la guerra. Tras ese primer período, con el sandinismo derrotado en las urnas, sin visos de regeneración y renovación, la derecha nicaragüense ya se puede quitar la careta y prescindir de Chamorro. El siguiente presidente, en 1997, será el ultraliberal y ultraconservador Arnoldo Alemán, que no sólo no emprende ninguna actuación de gobierno digna de tal nombre, sino que se dedica con especial empeño a saquear las arcas públicas. Hoy está condenado a veinte años de prisión, tras haber amasado una fortuna superior a los 250 millones de dólares. Le sucedió en 2002 el ingeniero Enrique Bolaños, al que la población ve como un hombre honrado, pero que tampoco enderezará el rumbo de un país que va descomponiéndose.
Según datos recogidos por Augusto Zamora R. (El Mundo, 10.11.06), hoy, Nicaragua casi ha vuelto a los índices de analfabetismo anteriores a la revolución –está en torno al 40 %-, tiene al 70 % de la población sumida en la pobreza y la corrupción es una lacra profundamente enquistada. El país está reducido a dos carreteras principales, la única línea férrea se desmanteló en 1990, los caminos son prácticamente inexistentes, no tiene ya la línea aérea, ni la flota pesquera... Un país que da a dos océanos se ve obligado a utilizar los puertos de Honduras y Costa Rica porque los suyos han quedado obsoletos por falta de mantenimiento. Mientras tanto, los gobiernos derechistas han otorgado concesiones a empresas extranjeras que apenas hacen inversión productiva y que absorben los recursos nacionales.
Pero entonces, ¿por qué buena parte de la población, incluidos muchos de sus excompañeros de filas, desconfían de Daniel Ortega? Aparte de acusaciones de personalismo, fundamentalmente no se olvida su responsabilidad en dos grandes desmanes políticos. Uno, la piñata, por la que, antes de abandonar el poder, algunos dirigentes sandinistas expoliaron y se asignaron propiedades. Ciertamente, había que hacer algún esfuerzo para reincorporar a la vida civil a los antiguos guerrilleros, que todo lo habían dado durante una larga lucha y que no tenían recursos para sobrevivir, pero el proceso se hizo de forma irregular y absolutamente inaceptable y, además, con esa excusa se benefició una minoría de aprovechados, manchando el nombre de una revolución en la que miles y miles de personas habían dejado limpiamente lo mejor de sí mismos. Para los auténticos sandinistas, esta derrota moral fue aún más dura que la derrota electoral. El otro gran despropósito de Ortega, quizá derivado del anterior, fue el acuerdo con el delincuente Alemán, un supuesto pacto institucional pero que a los ojos de la población apareció fundadamente teñido con la sospecha de ser un pacto de silencio y de recíproco ocultamiento de sus tropelías.
Por ello no les falta buena parte de razón a los promotores del Movimiento Renovador Sandinista cuando denuncian que hace tiempo que Ortega debería haber dejado paso a un proceso de regeneración en el FSLN, en lugar de seguir utilizando el patrimonio político e histórico del mismo, anteponiendo desde hace algunos años sus aspiraciones presidenciales al interés general del propio sandinismo. En estas elecciones, el MRS que fundara el exvicepresidente y escritor Sergio Ramírez, tras el inesperado fallecimiento de su primer postulado a la presidencia, el ex alcalde sandinista de Managua Herty Lewites, presentó como candidatos a presidente y vicepresidente, respectivamente, a Edmundo Jarquin y al cantautor Carlos Mejía Godoy. Este grupo ha conseguido atraer las simpatías de personalidades tales como los escritores Ernesto Cardenal o Gioconda Belli hacia su discurso crítico con el danielismo. Pero el planteamiento político que el MRS ha esgrimido aparecía muy cercano a la socialdemocracia europea y alejado de las transformaciones que hoy se están produciendo en el continente, por lo que parece que no satisface las aspiraciones populares nicaragüenses.
El autor con el poeta nicaragüense y ex ministro sandinista Ernesto Cardenal
Nicaragua ha dado, pues, una segunda oportunidad histórica al FSLN y a Daniel Ortega. Hoy no existe guerra en el país ni agresión militar norteamericana, no hay embargo económico y existen ayudas internacionales que esperamos que se mantengan a pesar del cambio político. La mano tendida y la reconciliación parecen un hecho, como simboliza que el nuevo vicepresidente vaya a ser un antiguo miembro de la contra. Por delante, hay una inmensa tarea de reconstrucción nacional por hacer y el Frente Sandinista demostró que, en peores condiciones, supo acometerla. Ojalá que nos encontremos con el Ortega más auténticamente sandinista y no con un Ortega light para apaciguar al capitalismo internacional. Ojalá que no se reedite el Ortega de la piñata y del compadreo con los corruptos, sino que nos encontremos con el Ortega que luchó contra la tiranía y encabezó el esfuerzo ejemplar de todo un pueblo. Nicaragua merece volver a mirar al futuro con esperanza.
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- Colaboraciones: El sandinismo que viene, por Flecha (diciembre 2004).