Por C. Vara
Como un empresario acostumbrado al monopolio y al aquí mando yo, preocupado por el avance de su competencia y por no poder ejercer su poder sobre parte del mercado, el presidente de EEUU realizó una gira por Iberoamérica el pasado mes de marzo. Con el único propósito de confirmar en qué naciones puede seguir haciendo negocietes y a cuáles sigue teniendo agarradas bien de sus partes, visitó Brasil, Colombia, Guatemala, México y Uruguay. La versión oficial de la visita era que ésta se producía para estrechar lazos y transmitir un mensaje de cooperación con estos países, cuyos gobernantes estaban demostrando que tomaban las decisiones correctas. Decisiones correctas para los interesen norteamericanos, evidentemente.
En un continente donde la mano estadounidense aplasta cualquier conato de desobediencia, eso sí, apoyada siempre por la oligarquía de turno de cada país en cuestión, y en unas tierras cada vez más empobrecidas -los últimos informes hablan de 49 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza-, el administrador único de medio mundo se paseó con sus andares chulescos y sus mensajes preestablecidos.
En todos y cada uno de los países que visitó se encontró con las protestas de miles de ciudadanos que no querían la presencia de ese señor en su pobre pero digna tierra. Miles de personas que no querían ver la sonrisa cínica de este individuo, ni sus andares de malo de película de tercera categoría, por las calles de sus ciudades, acompañados por las babosas caras de sus propios gobernantes, ansiosos de cerrar acuerdos con EEUU para engrandecer su cuenta corriente, mientras su pueblo sufre penurias.
Iberoamérica debe lograr un presente y. sobre todo, un futuro forjado en sus propias raíces, sin darle la espalda al mundo, pero sin tampoco acabar convirtiéndose en la fábrica 24 horas del señor Bush de turno. De momento se ven cambios en bastantes de las naciones de nuestro continente hermano, cambios que sólo el tiempo aclarará sin fueron o no positivos, pero que deben ser respetados cuando responden a la voluntad de sus ciudadanos, aunque a más de un fanático de las ondas españolas se le corte la digestión cada vez que se acuerda de ellos.
Para eso está la democracia: para aplicar la voluntad de un pueblo, no sólo de unos cuantos privilegiados.
Ale, Bush, para casita con las orejas gachas y esperemos que con los bolsillos vacíos.