Por C. Vara
Dicen que cuando alguien ha sufrido un ataque o una mala acción por parte de otra persona y esto le ha provocado sensación de miedo, éste suele borrarse del todo cuando la persona causante de dicha sensación fallece y desaparece para siempre.
Aparentemente esto debería ocurrir en Chile con la muerte del ex dictador Augusto Pinochet, pero desgraciadamente parece que no va a ser así.
Los diecisiete años de mandato de Pinochet, de 1973 a 1990, dejaron, por obra y gracia de la temida y terrible Dirección de Inteligencia Nacional, más de 3.000 muertos y desaparecidos y 28.000 torturados, espeluznantes cifras que no parecen estremecer a todos por igual.
Las imágenes de los seguidores del dictador vestidos con sus mejores galas, ellos con camisas de marca y ellas perfectamente peinadas y maquilladas con los mejores productos del mercado, recordaban esas otras de los antiguos 1º de mayo en los que, entre un ordinario desfile de abrigos de piel, se escuchaba la consigna: "Con Franco, dinero en el banco.
Ese gentío, cubierto con gafas de sol y emborrachado de perfume caro, sacó lo peor de su magnífica educación y, además de entorpecer su labor profesional, agredió a una periodista de TVE que cubría la noticia en directo para el Telediario.
La imagen de ese pequeño -por la corta estatura- aprendiz de matón arrancándole el micrófono de la mano a la trabajadora y llamando hijos de puta y huevones a todos los españoles es la viva imagen de que el terror sigue y seguirá vivo en Chile y en otros lugares del mundo mientras las más esenciales normas de convivencia, como son la libertad, la justicia y la educación, no se hagan vigentes a nivel internacional.
Resulta curioso la similitud de miopía intelectual entre los que añoran a Pinochet en Chile y en España. Ambos grupos se apoyan entre sí y se enorgullecen de defender los mismos valores; unos al grito de "españoles, huevones, hijos de puta" y los otros al de "chilenos, panchitos, sudacas de mierda". Qué cosas.
Dios los crea…