Actualidad

Conoce la actualidad de Falange Auténtica

Por Javier Castro-Villacañas
Publicado en El Español (21 agosto, 2020)

Es muy conocida la anécdota protagonizada por Fernando VII en su regreso a Madrid una vez finalizada la Guerra de Independencia. El entusiasmo popular, perfectamente organizado por los absolutistas, superó cualquier expectativa y al célebre grito de “¡Vivan las caenas!” se le unió el intento de centenares de madrileños (algunos lo consiguieron) de desuncir las acémilas que tiraban del carruaje Real y sustituirlas por sus propios torsos. Estupefacto ante el espectáculo, Fernando VII no pudo más que sonreír y agradecer el vasallaje popular afirmando irónicamente que “no era necesario” que él “prefería quedarse con las mulas”.

El anterior pasaje representa a la perfección una categoría en la historia de España. No sólo por lo que simboliza respecto a la dependencia en la modernidad del pueblo español hacia sus dirigentes, sino fundamentalmente por la consideración que tiene el poder político respecto al comportamiento sumiso de sus gobernados.

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Recuerda Ceferino Maestú, en los primeros compases de su voluminosa obra Los enamorados de la Revolución, la reunión privada que en el verano de 1920 tiene lugar entre Lenin, a la sazón Presidente de la Unión Soviética, y el líder anarcosindicalista español Ángel Pestaña, cuya relación posterior con la Falange de José Antonio todavía es objeto de controversia. El encuentro se produce en el marco del II Congreso de la III Internacional celebrada en Moscú en aquellas fechas. Inquiere Vladimir Ilich a Pestaña su opinión sobre los delegados españoles del PSOE asistentes a dichas sesiones, recibiendo del jefe de la CNT una respuesta congruente con “la contradicción entre los discursos que pronuncian en el Congreso y la vida ordinaria que hacían en el hotel”. Relata el sindicalista cómo se comportan los filo-comunistas españoles al más perfecto estilo burgués: quejándose de la mala comida en un país donde el hambre es tan endémica; aprovechando la conyuntura, también, para tratar a las hermosas jóvenes camaradas rusas como a prostitutas a cambio de una cena caliente; sin olvidar, nunca, dejar los zapatos a la puerta de la habitación para que un camarada-lacayo limpiabotas se las dejé relucientes y poder clamar así al día siguiente contra la burguesía con estilo. “¿Cómo vamos a creer en el espíritu revolucionario y en la seriedad de esas gentes?”, le acaba espetando irónicamente el español al ruso.

Cien años (de honradez) más tarde el perfil del líder de izquierda no ha cambiado mucho, si acaso para sofisticarse y refinarse en sus gustos. Siempre hay excepciones, por supuesto. Pese a quien pese en <FA> seguimos apreciando altura moral en figuras como las de de Julio Anguita o Francisco Frutos, ambos desaparecidos recientemente y con pocos meses de diferencia, como si fuera un graznido del final de los tiempos. Pero este comportamiento aislado es ejemplar por excepcional. El perfil típico de los dirigentes izquierdistas es el del “burgue-progre” más preocupado por las dietas y pluses asociados a la miríada de cargos que ocupan en la administración –carísimos y perfectamente prescindibles en la mayoría de los casos- que por el cumplimiento de un porcentaje simbólico de su programa electoral; más ocupado en crear y ventear problemas ficticios que en afrontar la realidad terrible que asola a las personas bajo este sistema económico infernal. El perfil del político de derechas, por lo demás, es exactamente el mismo pero sin las formas torpes del nuevo rico. Total: entre unos y otros la fiesta de los políticos cuesta al ciudadano español 25.000 millones de euros anuales; la construcción y dotación completa de un hospital, por ejemplo, apenas 300. Puede faltarnos de todo pero, desde luego, nadie podrá afirmar que estamos mal representados.   

En el momento en el que Podemos hizo su eclosión en el panorama mediático nacional un veterano líder socialista acertaba en una tertulia radiofónica con una frase redonda para advertir a los compañeros de la Ejecutiva de un peligro inminente: “si jugamos a Podemos, gana Podemos”. Lo cual venía a significar que si el PSOE copiaba el discurso y los ademanes de Podemos acabaría ganando el original y no la réplica. Nadie advirtió, sin embargo, en la ribera morada que el efecto pendular de la frase podía tornárseles en contra y “si jugamos a PSOE, gana PSOE”.

“Jugar a PSOE” significa usar el discurso y los ideales de la izquierda para procurarse, a través de la política, un modo de vida muy por encima de las posibilidades del ciudadano medio. Y, por supuesto, mucho más allá de las posibilidades del sector de la población que considera su espacio y caladero natural de votos, la “clase obrera”. Jugar al PSOE es llevar la hipocresía ideológica a sus mayores cotas de desarrollo. Precisamente, lo que nunca debieron hacer la pareja dirigente Iglesias-Montero para poder preservar su propia impostura: mostrar esa irremediables inclinación suya por el lujo y la vida regalada en su solaz de la sierra madrileña con seguridad pública gratuita servida por su vilipendiada Guardia Civil. “Pero, hombre… si has movilizado a un sector de la población en las urnas por medio de la denuncia de las prebendas de la casta política no te conviertas en casta a la primera oportunidad que se te ofrezca, alma de cántaro”, que diría Juan Español.

Que el PSOE juegue a ser el PSOE es algo que no llama la atención de nadie. “Mi hijo tiene billetes como para asar [con ese papel] una vaca”, proclamaba orgullosa la mamá del ex líder de la UGT de Jaén acusado posteriormente en el caso de los ERE. Ahora bien, cuando la opulencia la exhibe nada menos que el otrora andrajoso líder de Podemos el sonrojo se torna incontenible, ora por la risa que produce, ora por pura vergüenza ajena. ¡Con las perlas incendiarias que nos ha legado en video Pablo Iglesias de sus tiempos de becario de la Complutense y vecino de Vallecas!

Tal vez pensaba el podemismo salir incólume de esta lid. Pero no, “gana PSOE”. Y el partido de la pretendida “izquierda real” se pega el gran batacazo en los últimos comicios regionales a favor del partido de la “izquierda Falcon”. Acaso no percibió a tiempo el camaleónico Verstringe que el espacio de la izquierda burguesa ya tenía dueño y que, puestos a votar farsantes y demagogos, mejor hacerlo por los genuinos que no por los advenedizos. Mejor los chorizos curados que los recién embutidos.  

Es infalible. No sé sabe qué extraño virus afecta a las convicciones socialistas y comunistas en cuanto se arrellanan en el coche oficial, les llaman ministro, pisan moqueta o se les cuadran los guardias civiles. Por eso sonreía socarronamente FALANGE AUTÉNTICA en los primeros tiempos del podemismo, cuando –con la peor intención- el amarillismo periodístico buscaba similitudes entre nosotros. En estos tiempos de colapso el pensamiento izquierdista parece tan necesario que optamos en nuestra casa por concederles, al menos, el beneficio de la duda y ver cuánto les iba a durar el tinte rojo sobre la piel de progre. No ha sido mucho tiempo. A fin de cuentas el gran Silvio Rodríguez, que sí es un comunista de verdad, nos tenía sobre aviso. Con su “Canción en harapos” el cubano ya retrató el alma de Podemos con treinta años de anticipación. Pero no es premonición sino, simplemente, que los izquierdistas y revolucionarios de pacotilla y sueldo abultado del Estado no son cosa de ahora, sino de toda la vida. Les dejamos aquí la letra del canto. Encarecidamente: no se la pierdan. 

Juan Ramón Sánchez Carballido

 

CANCIÓN EN HARAPOS (1986)

“Qué fácil es agitar un pañuelo a la tropa solar

del manifiesto marxista y la historia del hambre.

Qué fácil es suspirar ante el gesto del hombre que cumple un deber

y regalarle ropitas a la pobrecita hija del chófer.

Qué fácil de enmascarar sale la oportunidad.

Qué fácil es engañar al que no sabe leer.

Cuántos colores, cuántas facetas tiene el pequeño burgués.

Qué fácil es trascender con fama de original

pero se sabe que entre los ciegos el tuerto suele mandar.

Qué fácil de apuntalar sale la vieja moral

que se disfraza de barricada de los que nunca tuvieron nada.

Qué bien prepara su mascarada el pequeño burgués.

Viva el harapo, señor, y la mesa sin mantel.

Viva el que huela a callejuela, a palabrota y taller.

Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir

la caravana en harapos de todos los pobres.

Desde un mantel importado y un vino añejado se lucha muy bien;

desde una casa gigante y un auto elegante se sufre también.

En un amable festín se suele ver combatir.

Si fácil es abusar más fácil es condenar y hacer papeles para la historia

para que te haga un lugar.

Qué fácil es protestar por la bomba que cayó

a mil kilómetros del ropero y del refrigerador.

Qué fácil es escribir algo que invite a la acción

contra tiranos, contra asesinos, contra la luz o el poder divino

siempre al alcance de la vidriera y el comedor.

Viva el harapo, señor…

Todavía no ha transcurrido un año desde que un anónimo abogado español denunciara al Reino de España por corrupción judicial sistemática ante el Departamento de Justicia de la Unión Europea. Nos lo acaba de recordar Diario 16, único medio español aparentemente interesado en este particular.

A pesar de su gravedad el asunto estaba destinado a diluirse dentro del inasible caudal de la actualidad y de la microinformación diaria. Es lo habitual. Pero dos factores han concurrido para que el plazo de caducidad de la noticia haya sido prorrogado: que la Unión Europea tomara muy en serio la demanda y que sus instituciones lleven ya diez meses sin saber muy bien qué hacer con la patata caliente. Tal vez alguien se ha tomado la molestia de traducir a todas las lenguas oficiales de la Unión el viejo aserto español que afirma que, cuando el río suena, agua lleva.

La actuación de este abogado anónimo, tan digno de portar su toga, se mantiene en la línea de una denuncia elevada un mes antes por la Asociación Europea de Ciudadanos contra la Corrupción ante el organismo GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción), dependiente del Consejo de Europa, por la “corrupción sistemática de Consejo General del Poder Judicial”.

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Por Crista Sanjuán.

Escucho una radio que no está afectada por el pesebre, que no pertenece a los medios de comunicación regados con los 15 millones de euros del último decreto ley.

Por eso yo ya lo sabía…, lo que ha publicado el diario «El País» este domingo, siguiendo la estela de los varios organismos oficiales que se han decidido por fin a dar las cifras de muertos en España por coronavirus esta última semana. La cifra que ocultaron en su momento.

En realidad este domingo sabíamos lo que hemos sabido en los meses anteriores, con El País o sin El País, con un solo, escalofriante y hasta macabro dato, la cifra de muertos y enterrados que ha habido en España. Entre otras cosas porque, a pesar de la prestidigitación del ocultamiento, de la falta de decoro y de la incapacidad e incompetencia del Gobierno de España, no puede haber menos muertos que enterrados, por más que el Gobierno se haya negado, y se siga negando a contar, como Dios y las matemáticas, mandan.

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España presume de su sistema sanitario, con razón, salvo algunas lagunas, como la atención dental, es uno de los mejores del mundo, con asistencia universal y gratuita, aunque, como todo lo demás, se haya visto perjudicado por los reinos de taifas que suponen los gobiernos autonómicos.

Entonces, lo que es bueno para la Sanidad ¿por qué no lo es para otros sectores básicos de la sociedad? Se habla cada vez más de unificar los criterios en educación, una de las principales fuentes origen de niños y jóvenes educados en la indiferencia, cuando no en el odio, hacia su propio país y en la tergiversación partidista de la Historia.

Pero los años han demostrado que, como es lógico, lo que es bueno para la elite financiera y para las multinacionales globalizadoras no lo es para la ciudadanía (antes el pueblo). Voy a poner un ejemplo muy sencillo ahora que estamos en verano.

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