En estos tiempos, señaladamente en nuestro país, la política resulta un concepto oscuro, que evoca para muchos la imagen del político como ente parasitario, más conectado con la picaresca que con una función social. Parece haberse olvidado cuál es la originaria razón de ser de la política.
El término “política” procede del griego “politiké techne”, que equivaldría al arte o ciencia que se ocupa de sentar las bases teóricas relativas a la “polis” (pueblo, en sentido social, o ciudad) y a planificar su gestión. Así pues, acudiendo a la raíz, resulta que el pilar fundamental es la “polis”, o sea el pueblo, y que por ello no debería considerarse aceptable una gestión que no vaya dirigida a velar por los intereses de todos.
En el siglo XIII, uno de los intelectuales más hondos y prolíficos de la Historia, Santo Tomás de Aquino, sostuvo que es responsabilidad del gobierno defender el bien común, que el gobernante que elude esta responsabilidad anteponiendo sus propios intereses a los de la comunidad se denomina tirano, y que frente a estos es lícita y disculpable la rebeldía, comprendida desde la desobediencia hasta el derrocamiento, incluso si no hay más remedio, por la vía de la eliminación física del tirano.
Sirvan estas ideas como recordatorio.