El término lo acuñó José Rodriguez de la Borbolla, segundo presidente autonómico de Andalucía y, junto a otros personajes de la izquierda tenidos por moderados, bien visto en general desde las derechas, que, a poco que un socialista o un comunista hable de España con cierto sentido patriótico (aunque sea desde su perspectiva marxista) lo elevan a los altares del “respeto” y la “dignidad”. Cosa que fomenta él mismo con frases como “hay gente del PSOE que se ha ido a VOX y no me extraña”, perla que soltó en la era pre-COVID en una entrevista concedida a El Mundo.
California es ese sitio donde se fabrican hoy en día cuerpos bronceados, megabytes, vino y marihuana, no específicamente en ese orden, y, desde su extraño pasotismo liberal yanqui, también eligen a musculosas estrellas del cine de acción de origen austriaco como gobernador, allá ellos. Supongo que “Pepote”, término cariñoso como el que es nombrado entre sus “compañeros” el ex presidente regional, se refería a que Andalucía tiene la riqueza natural para convertirse en una pequeña potencia económica.
Lo que a lo mejor no intuía el barbado político sevillano es que sus correligionarios iban a gestionar esa posible riqueza no para el bien común de los andaluces, sino para llenar sus sacas y, de paso, regar la región de prebendas a los amigos, enchufes, chanchullos y chiringuitos varios para mayor gloria de los “100 años de honradez”.
Leyendo uno de esos tochos que uno guarda para la ocasión oportuna, en este caso la Historia de la Gastronomía de Néstor Luján, nos relata el autor el predicamento de la tierra andaluza desde la más remota antigüedad. Diversos autores, entre ellos el recurrente Esrtrabón, nos hablan de la fertilidad de la zona, junto con Egipto, uno de los más ricos territorios del mundo conocido por la excelencia de sus productos: “Turdetania (actual Andalucía Occidental, más o menos) es maravillosamente fértil, tiene toda clase de frutos y muy abundantes”. Habla Estrabón del vino, del trigo (granero de Roma) y de la insuperable calidad de su aceite de oliva, además de, entre otros productos, la cera, la miel, el pescado, el cerdo ibérico, citando la incomparable calidad del pan de la Bética.
Lástima que todo ello se haya perdido prácticamente, con los acuerdos de la Comunidad Europea, con la falta de mano de obra autóctona, acogida a las peonadas ficticias y al mundo de la subvención y la “paguita” y al monocultivo que va a suponer, tras la pandemia, la ruina de la región, el turismo de chancla y whisky del chino. Mientras, a pocos se les ocurre organizar cooperativas transformadoras de productos agrarios, abordar la secular promesa de reforma agraria, industrializar coherentemente la región, racionalizar la cantidad de funcionarios y la consiguiente maraña administrativa y un largo etcétera donde, la verdad sea dicha, ningún partido, del color que sea, ha aportado hasta ahora propuestas imaginativas y coherentemente operativas.
Paro, corrupción, pérdida de oportunidades y la indolencia de un pueblo que, adocenado en el pan y circo, se resigna a su destino del ir pasando lo mejor posible y a ver si llegan los míos y por lo menos me colocan a la niña.
Eugenio Abril