Por Fernando Valbuena
Publicado en El Períodico Extremadura (07/11/2020)
Vivir para ver. Vivir para ver a quienes debieran velar por el patrimonio común de todos los españoles convertidos en saqueadores del tesoro. Las más altas magistraturas enfangadas en su impostura. La lengua común de todos los españoles en almoneda por treinta monedas cainitas.
¿Es lícito callar ante semejante atropello? No, no podemos callar cuando los enemigos de España, conjurados con nuestros propios gobernantes, destierran el español de parte de España. Lo otro, callar, es de traidores. Hacer como que esto no va con nosotros es propio de miserables. Yo mismo podría desentenderme de semejante despropósito y buscar acomodo en las medias tintas, en el sol y sombra de los medrosos. Mas no. No se da la espalda a una madre, y menos ante quien la escupe.
Lo esencial ya lo saben. El gobierno, a cambio de unos pocos votos con que aprobar sus presupuestos, cede ante los separatistas catalanes. Todo por amarrarse al poder. Una vez más. Nada nuevo salvo el descaro de ponerlo negro sobre blanco, con todas sus letras… y luego firmarlo. Dos palabras y una rúbrica: “Yo, traidor”.
El castellano hace años que está fuera de las escuelas en Cataluña. Los padres están sometidos al terror separatista. Al menos los padres que no comulgan con semejantes ruedas de molino. Los que se siguen creyendo españoles. Españoles en España que siguen teniendo bemoles. Padres que han tenido que recurrir a la justicia para que las autoridades catalanas cumplan con la ley que no cumplen. Y siguen sin cumplirla. Y no la cumplen a sabiendas. Y eso se llama prevaricar. Pero el Estado español ha renunciado a su más alta y más noble tarea: defender a España de sus enemigos. Estamos ante la enésima renuncia. Quizá la más bochornosa. Y siento el escalofrío de saberme conducido a los infiernos de la gangrena de una patria rota.
Pero España sigue existiendo. Seguimos siendo, quieran o no los saboteadores de la nave, una unidad de convivencia en el mundo. Y la lengua común que hablamos todos los españoles sigue siendo el español. De Rosas a Tarifa y de Finisterre a Cabo de Palos. En las casas y en las calles. Por eso, y con eso bastaría; el español no puede estar ausente de las escuelas de España. Negar esta verdad es aberrar. Aberración que se alimenta del odio. El odio de quienes odian a España y, por ende, odian todo lo español. Los que han prohibido los toros en Cataluña por odio a España, los que prohiben el castellano en las escuelas por odio a España. Todo se resume en su odio visceral, enano y enfermizo, egoísta y mezquino, a España. Todo se resume en su chantaje sucio y constante a España…y a su gobierno.
Un chantaje que ahora encuentra quien lo pague sin vergüenza. Un gobierno inmoral. Un gobierno que no tiene rebozo alguno en aliarse con los enemigos de España. Un gobierno de España que, por un sencillo silogismo, resulta ser también enemigo de España. Un gobierno presidido por un supino impostor del que se pueden esperar las más supinas traiciones.
Termino. Cito a Unamuno. Le cito antes de que el ministerio de la verdad -que está en camino- me lo prohíba. Antes de que el veneno separatista consiga que los hijos de España odien a su propia madre. Antes de que se consume esta nueva victoria de los enemigos de España. Porque sigo (seguimos) creyendo en la radical unidad de las tierras y los hombres de esta vieja piel de toro. Por eso cito al vasco de fuego, al quijote de los vastos empeños: “En esta cuestión de la lengua nacional hay que ser inflexibles. (…) Todo lo oficial en español, en español las leyes, en español los contratos…, en español sobre todo y ante todo la enseñanza pública en sus grados todos”. Porque de Unamuno aprendí que la lengua es la sangre del espíritu. La sangre compartida. Porque de Unamuno aprendí que los enemigos del español son los enemigos de España.