por Eduardo López Pascual
Ahora, es cierto, suena mal eso de creer en valores humanos tan extraños para algunos como el respeto, ideales, o por venir a cuento en estas fechas, la de fidelidad. Ahora se acusa de nostálgicos, que es lo menos doloso, o de antiguos, cavernas o extremistas a los que como uno, tiene a bien el considerarse leal a unas convicciones o creencias personales sean estas sociales o políticas. Al parecer, o mejor dicho, al deseo de unos, esa clase de gentes está en franca minoría, cosa que naturalmente niego con la mayor de mis energías. Es verdad, digo, que en estos tiempos están como escondidos esos valores que siempre hemos considerado virtudes de los hombres, que hoy dormitan entre quienes se sienten perseguidos por amar la vida desde su concepción, por defender el respeto a mayores y profesores, por mantener sus principios éticos, por ser fieles a un ideal. Pero en el fondo el humanismo, y más el humanismo cristiano, pervive en el corazón de muchos de nosotros.
Esos valores en los que creemos y que procuramos ejercer aunque como personas nos veamos sujetos a las imperfecciones propias, todavía persisten a pesar de algunos y de vez en cuando, se asoman a la vida cotidiana de cada uno, de los que aun con equivocaciones, queremos que sigan formando parte de nuestro yo más íntimo, de nuestra personalidad. Por eso a mí, que no oculto mi posición humana, social y política, no me asaltan dudas acerca de proclamar, como hago, mi fidelidad a ciertas realidades que a costa del tiempo, quedan ahí, impresas en la emoción y en la inteligencia, donde resalta con fuerza indeleble en mi recuerdo y en mi memoria la figura irrepetible de un hombre tan excepcional como José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española en 1933.