Rafael Bernardo
Son muchas la veces en las que conversaciones o hechos, en apariencia triviales, nos conmueven y nos hacen estremecer hasta lo más profundo de nosotros, recordándonos lo mucho que el pueblo español lleva en su subconsciente colectivo, y lo difícil que es olvidar en el baúl de los recuerdos determinadas posturas ante la vida, que la rutina diaria y un sistema marchito no consiguen apagar. Sin duda alguna, no creo que olvide fácilmente la experiencia, curiosa, emotiva, y hasta graciosa, en la que me vi inmerso no hace mucho, y por la que pude darme cuenta de hasta donde ha calado la figura de José Antonio Primo de Ribera. Como todas las mañanas, y después de haber "colocado algunos adhesivos del Centenario, me tomé diez minutos de mi trabajo en el negocio familiar, para ir a comprar el desayuno en el pequeño comercio que hay en el singular barrio cordobés de Santa Marina. Justo antes de irme, y en el mismo momento de pagar, observo como dos asiduos clientes del comercio, vecinos de la parte más modesta del barrio, y honrados ciudadanos de a pie, comentan acaloradamente la situación actual, tanto del barrio en particular, como de Córdoba y España en general. La conversación no pasaría de ser otra más para mí, si no fuese por que en un momento dado, y dados los muchos comentarios que uno de mis paisanos tenía sobre los temas en cuestión, el otro, aludió para exasperación de su interlocutor, lo realmente bien encaminado que iba y lo bien que le iría al P.S.O.E. si todos pensaran como él, a lo cual, y reprimiendo palabras mayores, este respondió que quien puñetas le había dicho que el fuera socialista,yo soy joseantoniano. No es de extrañar que como simpatizante del Falangismo Español, dichas palabras me produjera un lógico regocijo, pero lo bueno estaba por llegar. Nada más pronunciar tan loable alegato se pudo escuchar detrás mía a otra vecina del barrio, aunque eso sí, del la parte más acomodada, y siendo esta señora "comunista de toda la vida. La mujer en cuestión, que supuestamente tenía la suficiente confianza como para contestar a quien es vecino suyo desde hace muchos años, exclamó "menudos íbamos a estar si ese estuviese vivo. La respuesta a esta afirmación gratuita y despreciativa del personaje en cuestión, tuvo como modesta, aunque dignísima contestación las siguientes palabras que resumo: "Posiblemente, si José Antonio viviese, tú no te pegarías la vida que te pegas como funcionaria del ayuntamiento comunista, pero por lo menos sabrías lo que es un buen español. Tú qué sabrás de José Antonio. Tú habla de la prensa del corazón que seguramente te la tendrás mejor estudiada que la vida de José Antonio. Omito el resto de la conversación para no alargarme, y evitar de paso, recordar ciertas palabras salidas de la boca de quien en ese momento parecía poseída por el mismísimo demonio.