¡Jamás! dijo el general Prim, presidente del Consejo de Ministros hace más de un siglo y unos días después era asesinado, degollado en su casa, tras salir vivo, aunque en pésimas condiciones, de la pólvora disparada a quemarropa, cuando se dirigía a su domicilio por uno de los tres itinerarios posibles. En los tres había anarquistas a sueldo esperándole y, a pesar de haber recibido amenazas de muerte, el responsable de su seguridad, el regente Serrano, no tuvo la acertada idea de custodiar las señaladas calles con algún que otro policía. Decir que los anarquistas "pasaban por alli".
Unos años después, a finales del siglo XX, otro ministro de la Gobernación, Arias Navarro, -convertido en presidente tras el rotundo fracaso de su gestión, proteger al presidente, actuaba de igual forma en otro magnicidio; el turno del presidente Carrero Blanco.
La memoria de Prim ha tenido que esperar 140 para que una investigación exhaustiva, recogida en el libro “Matar a Prim”, le haga justicia. El viejo liberal puede ya descansar en paz, debido a que su momia, y cientos de papeles olvidados por historiadores de una y otra época, y de todos los colores, a gusto del consumidor político del momento, han dado con los hechos y las huellas que, por suerte, deja tras su paso la verdad.