"Franco empezó la Guerra Civil como general de división y acabó como capitán general, generalísimo, jefe del Estado, presidente del gobierno y jefe del partido único, cinco puntos más que la Santísima Trinidad", dijo en una ocasión el militar e historiador Gabriel Cardona. En esa (¿resistible?) ascensión hubo un momento especialmente importante, cuando -abril de 1937- se autodesignó precisamente jefe del partido único, FET de las JONS, que creó tras someter y unificar a falangistas y carlistas. Fue "el gran golpe", según lo llama el historiador Joan Maria Thomàs, que acaba de publicar el libro El gran golpe. El 'caso Hedilla' o cómo Franco se quedó con Falange (Debate), donde el verbo quedarse tiene una divertida ambivalencia.
Franco se quedó con la Falange (y con los carlistas, que aportaron la T de Tradicionalista al nuevo partido) y la Falange se quedó sin su jefe nacional, Manuel Hedilla, sustituto de un José Antonio fusilado el anterior 20-N, pero que para sus seguidores era como el gato de Schrödinger, no estaba claro si estaba vivo o muerto, de ahí lo de "El Ausente". En el caso Hedilla coincidieron la pugna por eludir aquella unificación por arriba, en la que ya se veía que Franco se iba a quedar con todo, y la de los falangistas, divididos entre sí, que llegaron a enfrentarse a tiros y bombazos, muriendo dos de ellos.
Hedilla acabó en la cárcel y condenado a muerte (cumpliría unos años de prisión y otros de destierro), y quedaría, años más tarde, como líder y referente de una supuesta Falange Auténtica, disidente del franquismo y más obrera. La paradoja, y ésa es una tesis central del libro de Thomàs, es que "Hedilla trabajó bastante para conseguir una unificación favorable a la Falange, como así fue, y años después aparece como líder de una Falange que rechaza esa unificación", dice el autor.
Entre unos y otros
"Hedilla, que tuvo conversaciones con el entorno de Franco, y seguramente con el propio Franco, mostró buena disposición ante la unificación, fue bastante político; y esa cercanía con Franco le ganó la animadversión del otro grupo de falangistas, los cercanos familiar o profesionalmente a José Antonio, aunque éstos muy pronto pactaron y aceptaron cargos en el nuevo partido FET de las JONS", dice Thomàs, apuntando a lo que señalaba un viejo chiste, que Pilar Primo de Rivera, mujer ahorradora, se había hecho un sostén con la camisa de su hermano.
Porque los que no querían la unificación acabaron dentro y beneficiándose, y el que la quería y trabajó por ella (Hedilla), se quedó fuera y represaliado. "El gran error de Hedilla fue aceptar las presiones de ese grupo, los que más tarde se llamarían a sí mismos legitimistas. Podría haber trabajado a favor de la Falange dentro del nuevo partido", añade Thomàs. Pero en los enfrentamientos entre Hedilla y los suyos y el grupo de Pilar Primo de Rivera, Sancho Dávila, Agustín Aznar, Rafael Garcerán, había también algo de componente de clase.
Los segundos eran más señoritos (aunque José Antonio hubiera dicho, o eso se le atribuye, que el señorito es la degeneración del señor) y Hedilla era otra cosa. "No era propiamente obrero", explica Joan Maria Thomàs, "pero tampoco un intelectual, era simplemente un jefe provincial (sin provincia, porque Santander estaba todavía en poder de la República), austero, honesto, con buenas relaciones con los militares, y cuyo discurso obrerista es el de la Falange, que se tiene a sí misma por revolucionaria y no conservadora".
En cuanto a Franco, dice Thomàs, "quiso crearse una masa adicta, para lo cual necesitaba al partido único; al final de su régimen, los más fieles a él son los falangistas". "Franco llegó para quedarse, no quiso ser un Miguel Primo de Rivera, y una de las patas de su poder fue el partido único", aquella Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, que creó por decretazo en abril del 37 mientras algunos falangistas se liaban a tiros entre ellos.