Artículo de Fernando Valbuena Arbaiza,
publicado el viernes 6 de junio
en la columna "A la intemperie"
del diario regional HOY.
Siendo yo mozalbete canturreaba aquello de “Por Dios, por la patria y el rey…” mientras leía “Cruzados de la Causa”. Aquel verano el Marqués de Bradomín se vino a vivir conmigo. Han pasado los años y en el salón de mi casa sigue colgando el mismo ajado retrato de Carlos V, el rey de la barba florida, el amadísimo rey de los carlistas. El que nos prometió en Valcarlos, camino del destierro, que habría de volver. A su lado, paradojas del vivir inquieto, cuelga ahora otro de Unamuno.
Juan Carlos I nunca ha sido santo de mi devoción. Es más, hubo un tiempo, en que cumplir juramentos era la frontera que separaba a los hombres cabales de los traidores. Al menos para mí. Y Don Juan Carlos había jurado, por dos veces, ante los Santos Evangelios, los Principios Fundamentales del Movimiento. Ahora, sin embargo, estoy entre los que le agradecen, sin sombra de reserva, los años de servicio a España. Con independencia de aciertos y errores, sin entrar en cuál fuera su responsabilidad en el 23F, sin la mezquindad de la letra menuda, le agradezco estos casi cuarenta años de paz. No seré yo quien diga como Monago que ha sido el mejor rey de la historia de España, evidentemente no, pero sí creo que ha sido un buen rey, es más, creo que ha sido un buen hombre.