Por Jaime Mir
Publicado en diariodeavisos.com
Soy más bien a la antigua, así que no soy de mucho llorar. Sólo para cosas importantes. Cuando me acuerdo de mi padre o cuando Víctor Lazlo se arranca a cantar La Marsellesa en Casablanca. Y por eso ayer lloré a mi amigo Carmelo García del Castillo en la inauguración de la bonita plaza que lleva ya su nombre en Santa Cruz. También soy de memoria frágil, pero recuerdo como si fuera hoy una tórrida tarde de verano en una cabaña de madera en la Sierra de Alcaraz, donde nace el río Mundo. Recibí una llamada de teléfono en la que me comunicaron la muerte de Carmelo y al colgar, lloré. Los amigos que me rodeaban no entendían el desconsuelo, pero es que no conocieron a Carmelo.
El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife concedió este homenaje a un sencillo vecino que no ganó batallas, ni pintó cuadros o escribió libros, no ostentó poder político o económico, ni realizó gestas deportivas, su foto no aparecía a diario en los medios ni era famoso. Sin embargo, cientos de vecinos instaron a sus políticos para que se reconociera públicamente a Carmelo García del Castillo. Ellos pensaban que sí que ganó batallas, escribió líneas, realizó gestas, ejerció influencia y estuvo diariamente presente en el corazón de muchas personas normales y sencillas como él.