Por Antonio Pérez Bencomo Cuando José Antonio Primo de Rivera pensó en la camisa azul como atuendo distintivo de los falangistas en los años 30 del siglo pasado, lo hizo porque ese color era el de los monos que usaban los obreros. Su intención era dejar claro que la vocación del nuevo movimiento político que lideraba no era otra que servir de ariete a las justas reivindicaciones de los sectores más humildes de la población española. Y esa fue una fijación casi obsesiva de José Antonio que impregnó a todos los aspectos de la Falange fundacional, abarcando desde el programa político hasta los símbolos de la nueva formación.
Después vino la historia desgraciadamente desconocida, y casi siempre tergiversada, por muchos de nuestros compatriotas. Las fuerzas de la derecha reaccionaria triunfadoras en la pasada guerra civil impusieron una dictadura de corte conservador, con algún tinte regeneracionista, que imperó en España durante casi cuarenta años. Y esa oligarquía derechista, enemiga de la Falange por definición y vocación, utilizó y desvirtuó manu militari lo que José Antonio y los primeros falangistas, los auténticos, quisieron que la Falange fuera y aprovecharon el generoso caudal que los camaradas aportaron para montarse un negociete que defendiera sus bastardos intereses mientras la dictadura duró, no teniendo el menor descaro en usar la simbología falangista para acompañar algo con lo que esta no tenía nada que ver. No deja de ser paradójico que un representante de la derecha actual, la misma aunque aggiornada que la que gobernó España durante los cuarenta años de dictadura, use un signo de identidad falangista como es la expresión Arriba España para ridiculizar y mofarse de una compañera de partido, con la que mantiene una disparidad de criterios políticos. Tiene su gracia que los herederos de quienes se beneficiaron del orden socioeconómico surgido en nuestro país tras la pasada guerra civil, sigan usando los símbolos falangistas, aunque ahora quieran darles una connotación distinta respecto a como lo hacía la generación anterior de sus conmilitones políticos.
A nosotros, falangistas auténticos que al tiempo que nos esforzamos para llevar a nuestros compatriotas nuestras propuestas políticas, luchamos tenazmente contra la tergiversación histórica generada por la derecha reaccionaria y difundida por el progresismo sectario, no nos extrañan actitudes como las del dirigente del PP José-Manuel Soria López, actual vicepresidente del gobierno de Canarias. Este sujeto, que cogobierna en el archipiélago con los nacionalistas de Coalición Canaria, convirtió a la isla de Gran Canaria, de cuyo Cabildo Insular fue presidente con mayoría absoluta en la pasada legislatura, en un cortijo donde el nepotismo y la corrupción organizada fueron sus rasgos de identidad. Casos como los del Ayuntamiento de Telde y San Bartolomé de Tirajana o la denominada por la policía "Trama Eólica en la que se asignaron ilegalmente derechos para explotar la generación de ese tipo de energía a un círculo "empresarial afín a este señor, dejan a las claras que clase de sujeto es este personaje, al que podríamos considerar como paradigmático de toda una pléyade de sinvergüenzas poltroneros que nutren las podridas filas de los partidos con responsabilidades de gobierno en nuestro País.
Pero lo de José-Manuel Soria, el del Arriba España, tiene más enjundia cuanto la destinataria de sus burlas es la diputada vasca María San Gil, ejemplo de coraje y honestidad política que se juega diariamente la vida en defensa de la unidad de España y de la libertad, igualdad de derechos y dignidad de todos los españoles. Ella será siempre un referente para los que entendemos la política como un servicio a nuestra nación, de sujetos como Soria López está el basurero de la historia lleno.