Enero una vez más nos trae noticias de dolor. Por el amigo que ha muerto, por el camarada que nos ha alentado, por el ser entero de su magisterio enorme, de su profesionalidad sin mácula, de su periodismo profundo y honesto en una vida completa dedicada al servicio de nuestro País. Ismael Medina Cruz, título e historia de azul, depositario de lealtades irreversibles que nos han marcado a muchos de nosotros, seguidores y partícipes de una esperanza con nombre de Patria, pan y Justicia. Ideales que aprendió en su mocedad de inquietudes sociales, aprendidas en primer paso, en su aventura por la CNT, que fue sin duda simiente para su convicción nacionalsindicalista. Ismael, camarada, compañero de sueños y de hechos, que el camino aunque a veces nos haya separado de orillas, nos daba siempre una dirección que ha sido compartida.
Había leído tu experiencia vital o tu vital experiencia, que es lo mismo, y pronto percibí tu voluntad comprometida, dando así prueba irreversible de la génesis popular y sindicalista del mensaje propuesto por José Antonio tu guía; intelectual nacido desde la base del Pueblo, analista formado en los despachos humildes de un movimiento con vocación de servicio; y un sentido de exigencia y trabajo que le ha llevado a escribir hasta sus últimos días. Y siempre José Antonio; héroe y mártir en tiempos de compromiso, prototipo en el que Ismael fundó una ética de memoria y de historia; testigo permanente de más de tres cuartos de siglo, recogiendo en discursos, en libros y en artículos de prensa, toda la peripecia social y política de una España que todavía no le gustaba; que todavía no nos gusta.