Miguel Ángel Loma
Hace algunos años estas fechas de Cuaresma significaban un tiempo de reflexión, tiempo para detenerse, hacer un alto en el camino, echar la vista atrás, analizar lo andado, arrepentirse de los errores cometidos, y consecuentemente, para rectificar y corregir, coger fuerzas y afrontar el futuro. Hoy muchas cosas han cambiado y no todas para mejor, ni mucho menos, por más que nos machaquen con el sosegador eslogan de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, una época felicísima, si no fuera por la guerra, claro, una cantinela que nos recuerda a esas canciones catetas del viva mi tierra, viva mi gente, vivan nuestras mujeres, que son las más guapas, vivan nuestros hombres, que son los más valientes, viva el santo de mi pueblo que es el más milagroso, viva yo, y viva la madre que me parió. Hoy en la sociedad española se han perdido muchas cosas y entre ellas, el significado religioso de la Cuaresma, que a los ojos puramente sociales y mercantiles no tiene más significado que una semanita de vacaciones que coincide con algunas procesiones por las calles. Esta pérdida del sentido religioso es fruto de varias causas, y una fundamental es la que nace del ataque de la progresía de izquierdas y derechas a los valores cristianos, que encuentra uno de sus objetivos prioritarios en la desaparición del sentimiento de culpa moral, que a ojos de "los nuevos moralistas" vendría a ser como una especie de lacra anímica, fruto del sedimento de la cultura judeocristiana que tras siglos de opresión y lavado de cerebro nos hizo creer que la vida era un valle de lágrimas, cuando en realidad se trata de un Parque Temático de experiencias superguays; siempre, eso sí, que no hayas tenido la mala suerte de haber nacido en Iraq o encontrarte trabajando la mañana del 11-S en las Torres Gemelas, o ser Guardia Civil en Vascongadas, o demasiados otros etcéteras.
La pérdida del sentido de culpa y de pecado ha generado la huida de la responsabilidad personal, que se diluye en una genérica y anónima responsabilidad social: la culpa es de la sociedad, de las estructuras, del barrio donde vivo, de la vecina del quinto, de mi padre o de mi hjo... Circunstancias todas ellas ajenas a nuestra voluntad, y que determinan casi de forma inevitable nuestras conductas. Un engaño con el que justificamos y tranquilizamos nuestras conciencias, siempre inocentes de toda culpa.