Miguel Ángel Loma
Un caso estrella como el de la pobre niña nicaragüense, que reunía las circunstancias más morbosas, no se presentaba todos los días. Por eso no había tiempo que perder. Todo debía hacerse deprisa deprisa, porque la decisión estaba tomada de antemano, fruto de una estrategia perfectamente organizada. Rosa: niña de nueve años, de familia pobre, violada por un desalmado y embarazada de quince semanas con supuesto gravísimo riesgo para su salud y para la del ser humano que llevaba dentro. No se podía perder la oportunidad que ofrecía aquel brutal caso de laboratorio del doctor Mengele. Se iban a enterar todos esos estrechos que, como la Iglesia, aún se oponen al aborto. Rápidamente, una ONG denominada Red de Mujeres contra la Violencia (contra la violencia hacia todo lo que no sea un indefenso ser humano en el vientre de una niña madre) tejió su telaraña alrededor de Rosa, lanzando en el momento justo la noticia a los cuatro vientos. El anzuelo estaba servido y los periodistas más "sensibles" entrarían a saco. Ni siquiera hubo rubor en difundir la mentira de que la pequeña había sido excomulgada, y hasta sacaron de paseo, cómo no, la larga sombra de la Inquisición. Para algunos vale todo cuando el motivo es tan noble como el aborto. La opinión pública conmovida por la dramática presentación del terrible caso, casi unánimemente sentenció: "Si van a morir los dos, al menos que intenten salvar a la niña". "Y no es que yo esté a favor del aborto, pero en estos casos...".
No hubo tiempo para más. Apenas conocida la noticia y planteado un mínimo debate, la Red de Mujeres etcétera quitó a Rosa de en medio y la condujo a una clínica privada de Managua. Allí la hicieron abortar. Todo sucedió en muy pocos días. Y pese a que nos habían repetido que Rosa corría un grave riesgo de morir, tanto si abortaba como si seguía adelante con su embarazo, al día siguiente de ejecutada la faena, la presidenta de la Red no tuvo reparo en declarar que "La niña está muy bien..., y ahora podrá seguir jugando con sus muñecas". Capítulo cerrado. A pasar página y recoger los frutos. ¿Capítulo cerrado? No del todo...
Después hemos conocido algunos datos inquietantes que entonces se nos ocultaron. Como que el supuesto violador se empeñaba en demostrar su inocencia ofreciéndose a someterse a un análisis de ADN, mientras que quien aparecía como sufrido padre de la niña (y que en realidad era su padrastro), ante algunas sospechas que le señalaban como algo más que padrastro, se negó a realizar la prueba. Pero esto eran ya cuestiones secundarias porque la batalla la ganaron y "La niña está muy bien...". Pero ¿y mañana?, ¿qué será de ella?
Mañana, cuando crezca un poco más y deje de jugar con muñecas, posiblemente se entere de todo lo que le hicieron. Mañana quizás asalte a Rosa un confuso sentimiento al contemplar un "muñeco" como aquel que un día le arrancaron y que ni siquiera supo que jugaba a vivir dentro de su seno. Pero mañana, paradoja de este mundo deprisa deprisa, es un tiempo muy lejano. Mañana ya no interesará qué sucede con Rosa. Mañana nadie se acordará de aquella inocente niña y de aquel inocente hijo, que fue condenado a morir deprisa deprisa. El frente de la cultura de la muerte se apuntó un nuevo tanto y el caso de Rosa quedará en la memoria de la opinión pública como referente de esos episodios terribles y excepcionales que legitiman el aborto; sólo, claro, en esos casos... Casos terribles y excepcionales que sirven para introducir el aborto de tapadillo en las legislaciones y que una vez introducido, lo convierten en una medida más de "salud reproductiva". Y si para ello hay que utilizar a pobres niñas como Rosa, no pasa nada. Lo exige la noble causa del aborto.