Poco a poco volvemos a entrar en uno de esos periodos en los que nada de lo que hacen los políticos es casual. Todo lo que dicen, todas las posturas que adoptan, todas sus acciones y actitudes, apuntan al objetivo de conseguir votos para las siguientes elecciones o mejor aún de quitárselos al partido rival.
En esta España, donde nadie gana las elecciones, sino que es el gobierno quien las pierde, las cosas pintan fatal para un PSOE que a base de insensatez y de falta de capacidad de gestión de su gobierno, ha hundido a nuestra nación varios kilómetros por debajo de lo que la crisis, ella solita, hubiera hecho. Así se perciben las cosas, incluso entre el electorado socialista, porque realmente, así son.
Además, el modelo guerracivilista en que basó el presidente Zapatero sus más fieles apoyos, parece que va haciendo agua, porque cada vez son más los que se nos unen a los muchos que tenemos a nuestros abuelos enterrados en alguna cuneta, pero que hemos renunciado al odio. Porque sabíamos ya, que buscar a quien odiar por esos crímenes pasados, entre los hijos y los nietos de antiguos combatientes, es absurdo, no sirve para afianzar un futuro de unidad y concordia y para colmo, vuelve a abrir brechas absurdas, invalidantes y precursoras de nuevos odios y crímenes.
Por muchos motivos, toca recambio de gobierno y entre esos motivos no está el atractivo del partido que supuestamente ha de asumir el poder ejecutivo en las próximas elecciones, puesto que de capacidad para ilusionar no es precisamente de lo que está sobrado el PP de Don Mariano. El cambio se producirá si es que, una vez más, el gobierno pierde las elecciones, en este caso de forma merecidísima. Porque parece ya inevitable que el gobierno resulte en estas próximas elecciones despedido por causas objetivas, por ineptitud sobrevenida y por total falta de adaptación a las nuevas circunstancias políticas del mundo.