LA OBSESIÓN POR EL GASTO PÚBLICO Y LAS LACRAS CAPITALISTAS

Que es incierto el futuro de la economía española es en lo único en lo que todos debemos estar de acuerdo, pero en relación al incremento del gasto público que se prevé, hay algo que nos preocupa especialmente. Tras presentar el Gobierno el proyecto de presupuestos generales del estado, pero sobre todo a la vista de las políticas que adopta el equipo de Zapatero para atajar la crisis, nos preguntamos si tras las cifras escandalosas de gasto público que se anuncian hay, de verdad, una política social que pueda sacarnos del pozo donde nos encontramos. Sí así fuera, para eso, apoyaríamos firmemente al Gobierno pero es que…

Si de cubrir necesidades se trata, no deben escatimarse medios para evitar que nuestra gente se vea sumida en la miseria, sin medios, sin trabajo y sin ingresos. Pero para frenar la caída libre en que nos encontramos esas medidas paliativas son insuficientes y deben acompañarse de otro tipo de medidas. Dotar medios infinitos, incluso si eso fuera posible, para pagar prestaciones de desempleo y subsidios indefinidos, suena demasiado a caridad y si se abusa de esta, se olvidan los que debieran ser verdaderos objetivos del Gobierno. El principal objetivo del Gobierno debe ser conseguir implantar la justicia, la social, la económica y la laboral. Algo que en la práctica, en este momento se podría traducir en devolver la economía nacional a un escenario en el que la mayoría de las personas puedan encontrar una ocupación digna con la que cubrir tanto sus propias necesidades económicas como colaborar en la cobertura de las necesidades económicas de la nación.

Para cualquiera que como nosotros, los falangistas auténticos, crea con sinceridad que el merito, el esfuerzo y el sacrificio son los mejores medios que las personas tienen para conseguir objetivos, el que se conforma con el subsidio no es más que una triste víctima. Sufrido adicto a la morfina que suministra el sistema capitalista. Sobre todo a los que tienen la desgracia de padecerlo sin darse demasiada cuenta de sus grandes deficiencias y de sus malignas consecuencias sociales. Nos cuidamos muy mucho de culpabilizar indiscriminadamente a nadie de querer vivir mejor del subsidio que de su trabajo. Eso solo podría hacerse si de hecho existiese trabajo suficiente y fuera este, además, de una calidad suficiente. Situación bien alejada de la realidad cotidiana de nuestra nación.

El caso es que es responsabilidad de los poderes públicos proporcionar a las personas un marco económico en el que puedan desarrollarse plenamente mediante el trabajo y no simplemente un puesto en la mesa de la sopa boba por obligación, por aburrimiento o por desidia.

Es tiempo de inversión valiente con objetivos de incrementar la productividad y debe empeñarse el gobierno en un fomento agresivo, tanto de la producción, como del consumo y de la actividad económica en todas sus modalidades. Es un gran error desanimar la inversión con políticas fiscales desacertadas y al tiempo dotar fondos paliativos como si el fin de la crisis se fuera a producirse como consecuencia de la caridad, sin más. Esto no es así, nadie tiene el vigor económico suficiente cuando lo que le da de comer es un subsidio. Nadie en esas condiciones cambia de vehículo, reforma su casa o gasta más dineros en sus ratos de ocio, y son todas esas cosas que hemos dejado casi todos de hacer, las que solucionaran esta crisis cuando vuelvan a tener los niveles altos que se esperan de una economía desarrollada.

Hay otras medidas que se podrían adoptar. Algunas de simple preparación para el futuro. Es preciso legislar para evitar que la especulación y el enriquecimiento cimentado en castillos de humo financiero se recuperen y vuelvan a ser motor de la economía para un tiempo después volver a hundirla. En nuestro país en particular, debe ser estudiado detenidamente el modelo de crecimiento inmobiliario y las necesidades populares de vivienda para que este sector pueda ser parte importante de nuestra economía pero sin generar el terrible problema que ha creado en estos últimos años de pelotazo y subida desproporcionada de precios.

Y sobre todo hay que poner el cascabel al gato y reformar drásticamente el sistema de crédito para evitar que la banca tenga en sus manos el destino entero de la nación supeditado a su único interés económico. Ahogados por las deudas o la falta de circulante, los verdaderos protagonistas de los procesos económicos nacionales solo pueden observar como la banca se encastilla, recorta crédito, aumenta diferenciales, reduce personal y sigue como siempre batiendo records de beneficios y dando escándalos por las jubilaciones multimillonarias de sus dirigentes. Dirigentes que en nuestra opinión deberían ser juzgados por el tribunal de La Haya por sus indiscutibles crímenes contra la humanidad. Pero lejos de ser sancionados por gestionar los recursos que debieran ser de todos, sin tener en cuenta, ni necesidades populares, ni necesidades nacionales, son aupados a olimpos dorados, desde los que rodeados de niveles obscenos de riqueza, sigan pontificando sobre la flexibilidad del mercado laboral o culpabilizando al que ahora no puede pagar la hipoteca por su falta de previsión. Doble delito de los banqueros, cuando todos sabemos que de la falta de previsión, o más bien de la desesperación de las personas es de donde han surgido la mayor parte de las morosidades que beneficiaron, benefician y beneficiarán siempre a quien maneja los fondos, a la banca.

Nada nuevo bajo el sol. La crisis del pueblo y de las empresas pequeñas y medianas, sigue cobrándose victimas que recogen las listas de los subsidios de Zapatero y su gobierno rendido y falto de la más mínima motivación patriótica. Y mientras, los que nunca conocen la crisis, bancos y grandes capitalistas a lo suyo que es quitarnos lo nuestro, sin que nadie les tosa y sin que nadie desde los grandes partidos políticos de nuestra España sea capaz de atacar el problema en el lugar donde se produce: en los consejos de administración de los grandes bancos. Consejos donde por cierto, también se deciden la cuantía de los créditos con que hay que favorecer a cada candidato y cual es el precio que cada cual quiere cobrar para no exigir nunca nada de la banca y buscar falsamente los problemas en otro sitio. Y desde luego, desgraciadamente, todos tienen un precio.

ENRIQUE ANTIGÃœEDAD