Por Fernando Valbuena
(En el LXXX aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera)
En el piélago del desaliento quedan las Completas. Fuera de cacho, que dicen los taurinos, sin presente, casi a la deriva; y, en ellas, en su camarote de capitán intrépido, como un héroe de Kipling, José Antonio, guía y luz. Vivimos encerrados en nuestra guarida. De uno en uno. Envueltos en huracanes. Crucificados a la urgencia de vivir. Ajenos. Ausentes. Proscritos. Y aun así, algunos, aún creemos, y lo hacemos porque, entre cientos de nada, nos quedan las Completas.
Aquellos anaqueles míos, entre libros que ya no leeré... Vidas encuadernadas. Y José Antonio sobre las olas, en zozobra tensa. Solo treinta y tres años, apenas tres años de doctrina política. Casi un niño. Un niño, sin duda. De él se ha escrito sin cuento. Se le ha fusilado a conveniencia en la eterna balacera de España. Rosas de plomo tampoco le han faltado, esas que matan cuando besan. Y las más de las veces se ha escrito de oídas, sin leerle. Decía Borges enorgullecerse de lo que había leído, no de lo que había escrito. A José Antonio hay que leerle; en frío, en la distancia que da el tiempo -ochenta años ya-, a cubierto de los huracanes nuestros de cada día. Todo el que escribe ha escrito sobre José Antonio. Opiniones más o menos certeras, más o menos ingeniosas. Mil y una. Mil veces José Antonio, titulaba Enrique de Aguinaga. De todas las citas que sobre él se repiten, ninguna me ha impresionado con más intensidad y más porfía que aquella de Rosa Chacel en su exilio americano: “Ayer, al pasar por los puestos de libros del Cabildo, vi unos cuantos libros españoles, de la España actual… ¡Lagarto, lagarto!… Sin embargo, me compré nada menos que las Obras Completas de José Antonio. Hacía mucho tiempo que quería leerlas y… llegué a casa y me leí de un golpe trescientas páginas. Es increíble. Dos cosas son increíbles; una que todo eso haya podido pasarme inadvertido a mí, en España, y otra que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien."