Fernando Sánchez Dragó
Columna "EL LOBO FEROZ" - El Mundo (3/11/2014)
Esta columna salpicada de negritas interesará a muy pocos. Con ella pago una deuda. La contraje con un hombre que acaba de morir. Lo he sabido por un obituario de Ángel Vivas. La foto que lo ilustra no es, por cierto, la del difunto, sino la de Antonio Castro. A mediados de los cincuenta conocí en Casa Manolo a un poeta. Era Carlos Vélez, hijo de un falangista ilustre y falangista él mismo, aunque a su modo: el de la alta literatura y el respeto a quienes no pensaban como él.
Publicó un poema en la revista Aldebarán, que yo había fundado junto a otros tres jóvenes poetas (Carlos Romero, Manuel Morales y José Ramón Marra-López). Poco después, en 1958, creó él, con el apoyo de Fraga, otra revista de mucho más fuste -Acento- por cuyas páginas pasaron o se dieron a conocer gentes tan de izquierdas como López-Pacheco, Antonio Ferres, López Salinas, Alfonso Grosso, Eduardo Zúñiga y García Hortelano. En 1962 me fui a Italia, luego al exilio y perdí de vista a Vélez. Fueron pasando los años, murió el Caudillo, regresé a España, busqué trabajo e Isaac Montero, amigo común, me dijo: «Ve a ver a Carlos. Dirige en la tele un programa de libros que aún no ha empezado a emitirse». Así nació Encuentros con las Letras, que se mantuvo en antena hasta 1981. Seguí el consejo. Andaban por allí Daniel Sueiro, Jesús Torbado, Miguel Bilbatúa, Paloma Chamorro, José Luis Jover... Aunque yo carecía de experiencia en televisión, Carlos me incorporó en el acto a tan brillante nómina. Cientos de escritores pasaron por allí. Luego, a saber por qué, se cerró aquel programa, que hoy es leyenda. Eugenio Nasarre y Miguel Ángel Gozalo me pidieron que hiciese Biblioteca Nacional. Propuse que Carlos Vélez fuera el codirector. No cuajó. Volví a perder de vista a aquel hombre de bien que tanto hizo para que en la cultura española del franquismo y del primer posfranquismo cupiéramos todos, todos, cualesquiera que fuesen nuestras ideas o militancias. Indagué por él en bastantes ocasiones y nadie supo darme razón. Marqué muchas veces su teléfono. No respondía. El sábado, al leer su obituario, se me encogió el alma. Ignoro si María Luisa, su esposa, vive. De ser así, ahí va un abrazo. Durante más de siete lustros he hecho programas de libros en televisión. Se los debo todos a Carlos Vélez. Esta columna de negritas, que a casi nadie interesará, es mi homenaje póstumo a un poeta que soñó con una España muy distinta a la que ahora es.