Publicado en www.agorahispanica.es
Reproducimos en su integridad una conferencia pronunciada recientemente por Raúl González Zorrilla, responsable de Euskadi Información Global y autor del libro “Territorio Bildu”, sobre este tema.
(EIG. Redacción. San Sebastián.)
Buenas tardes:
Después de escribir “Territorio Bildu”, no pocas personas me han preguntado cómo se vive todos los días en la Guipúzcoa sometida al férreo control institucional de los voceros de los terroristas.
Siempre respondo lo mismo: se vive, en general y aparentemente, como en otros lugares de España y, en algunos casos, algo mejor.
Es un hecho que el País Vasco ha resistido mejor que otras comunidades el tifón de la crisis y no hay que olvidar que, por ejemplo, Euskadi concentra, gracias a los recursos económicos que le otorga un privilegiado Concierto Económico, el 40% de las ayudas sociales de todo tipo que se conceden en España.
Desde luego, en el caso de Guipúzcoa no son las desigualdades económicas las que impulsan a miles de ciudadanos a justificar, apoyar, comprender, entender y/o alentar a los terroristas.
Más bien al contrario, en el caso guipuzcoano, es más que posible que la exuberancia de recursos materiales haya actuado, a lo largo de las últimas décadas, como un poderoso agente de narcotización de los valores y de las conciencias.
Y es que, en el fondo y en la forma, la Guipúzcoa bildutarra es, fundamentalmente, una sociedad éticamente purulenta pero consentida hasta la indignidad; una sociedad que no duda en colocar a un puñado de filoterroristas al frente de sus principales instituciones mientras se llena el estómago de “kokotxas” y cava mirando embobada las regatas en la bahía de La Concha. Traineras que luego se reciben en puerto, alegremente, con jolgorio y ondear de pancartas proetarras.
Indudablemente, el hecho de que en las últimas elecciones el 35% de los guipuzcoanos haya apoyado directamente a una formación nacida de la banda terrorista ETA, deja una huella sutil, pero profunda e intensa, en el territorio.
Existe, sin duda, un “estilo Bildu”, tanto ético como estético, que es el que impone una gran masa de la población que desprecia a la autoridad democrática, que se apunta a todo tipo de posturas radicales y que abandera, más bien impone, los más absurdos irracionalismos.
Os lo dice un guipuzcoano nacido en Pasajes Ancho, una de las localidades guipuzcoanas con mayor impronta Bildu. Una localidad que, por otro lado, también conoce muy bien mi compañero aquí presente, Jovino Fernández.
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Para los demócratas vascos, recorrer la Guipúzcoa de Bildu, y especialmente San Sebastián, hoy también gobernada por individuos directamente ligados a la banda terrorista ETA, es un ejercicio íntimamente doloroso.
A pesar de la vista permanente de La Concha, a pesar de los pintxos magníficos elaborados por cocineros siempre mudos ante ETA y su entorno, y a pesar de la belleza de una bahía privilegiada que a muchos siempre nos parece demasiado triste.
Cuando recorremos las calles guipuzcoanas, algunos ciudadanos no podemos evitar fijarnos en esquinas inocentes, en plazas ocultas, en parques discretos o en algunos portales circunspectos.
Y es que, para no pocos de nosotros, muchos de estos lugares son como marcas clavadas en la memoria que nos recuerdan inequívocamente la huella de la infamia. Aquí asesinaron a un policía nacional cuyo cadáver solitario fue expuesto durante horas a los fotógrafos de prensa; en aquella callejuela los terroristas acribillaron a tiros a un joven al que posteriormente acusaron de ser un confidente de la Guardia Civil; en este jardín umbrío perdió las piernas un niño de ocho años al estallar la bomba que los criminales habían colocado en el vehículo de su padre militar…
… Pero lo peor de todo es que nos acordamos de todo esto, y luego vemos, y padecemos, a un proetarra como Martin Garitano, que lleva cincuenta años justificando, comprendiendo y entendiendo todos y cada uno de los atentados de ETA, al frente de la Diputación Foral de Guipúzcoa.
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“En Guipúzcoa, hay un freno a todo”, decía hace unos días el presidente de los empresarios de la provincia. Y no le falta razón porque desde que Bildu llegó al poder, se han interrumpido drásticamente más de 22 proyectos infraestructurales y económicos de gran valor estratégico. No volverán a ponerse en marcha. Al menos, no lo harán a corto plazo.
Y es que Martin Garitano y sus secuaces de Bildu se dedican a descuartizar el futuro de nuestros hijos alimentándose de una extraña bazofia intelectual que mezcla proterrorismo militante, ecofascismo, totalitarismo identitario, integrismo ideológico, fanatismo político, maquinismo e irracionalidad, y que, en el fondo, lo único que demuestra es un odio visceral a nuestro sistema de libertades y a los valores éticos que conforman las sociedades occidentales.
En este punto, si me lo permitís, quisiera recordar algo que para muchos de nosotros puede resultar obvio, pero que en la Guipúzcoa de Bildu no lo es tanto.
La superioridad de nuestro sistema democrático de convivencia se asienta sobre el hecho de que los ciudadanos, cuando salen todos los días de su casa, saben que su quehacer cotidiano va a estar amparado por un puñado de certezas elementales.
Por ejemplo, que los delincuentes van a ser detenidos y puestos a disposición de las fuerzas de seguridad; que la violencia no se legitima como un método de participación social; que un mismo idioma ha de servir para comunicarse en el territorio común del Estado; que el derecho a una educación pública en condiciones no puede depender de los caprichos legislativos de cada autonomía; o que la construcción de las grandes infraestructuras no puede estar sujeta al albur de las decisiones de un puñado indecente de grupúsculos extremistas.
Que, en definitiva, un diputado general no puede lanzar vítores a los etarras, que no es posible que el máximo representante de un territorio actúe como un obsceno piquetero de las instituciones que representa y que no se puede pretender gobernar nada cuestionando grosera y permanentemente todo aquello que permite que los ciudadanos se desarrollen, civilizadamente, como tales.
En este sentido, los gobiernos de Bildu han superado nuestros temores más pesimistas. Bildu, al intentar plegar su agenda de gobierno a las demandas incongruentes de los terroristas, de los amigos de los terroristas, de los independentistas más ariscos, de los ecotalibanes más absurdos y de los sectores sociales más radicales y populistas, ha roto indecentemente con todos los principios sobre los que se ha asentado la modernidad y el progreso occidental a lo largo de los últimos siglos. Y nos está abocando a padecer una realidad hedionda en la que los terroristas son alabados como líderes del futuro, en la que los demócratas son expulsados al gueto misterioso de la extrema derecha y en la que, en el colmo de las vilezas, las víctimas del terrorismo son consideradas como peligrosos elementos de intolerancia y crispación.
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Los territorios Bildu tienen una querencia abracadabrante para sumarse a todas aquellas corrientes políticas, sociales y culturales que defienden los postulados más irracionales, las ideas más retrógradas y las creencias más aberrantes.
De hecho, la masa sociológica mayoritaria que en Guipúzcoa apoya a los proetarras de Bildu es la misma que, basándose en el fundamentalismo ideológico más reaccionario, se muestra activamente contraria a: los trenes de alta velocidad, los puertos de mercancías, los aeropuertos, las incineradoras, los vertederos, las redes wifi, las antenas de telefonía móvil, las líneas de alta tensión, las centrales nucleares, las bases logísticas de transporte, las autopistas, los metros urbanos, los paseos costeros, las actividades económicas de corte internacional (siempre que éstas no sirvan para financiar a la autodenominada “izquierda abertzale”) y, por supuesto, a todo aquello que “amenace” con expandir un desarrollo social, económico y cultural de corte “capitalista”. Este capitalista siempre escrito con “K”.
Es tan intelectualmente insultante y tan vejatoria para el sentido común esta constante proclama a favor de la ruralización y el infradesarrollo, que Guipúzcoa es el único rincón de Europa en el que, a lo largo de este año, han aumentado de forma alarmante los enfermos de sarampión (21 brotes después de una década sin ningún caso).
La razón: cada vez más parejas jóvenes guipuzconas se están negando a vacunar a sus hijos contra esta enfermedad infecciosa por su rechazo casi criminal a este tipo de protecciones médicas y por su creencia fanática en que las campañas de vacunación promovidas por todos los países avanzados son una estrategia de las compañías farmacéuticas, en colaboración con la OMS (Organización Mundial de la Salud), para obtener beneficios económicos.
El nacionalismo radical, asociado al totalitarismo terrorista, es un sentimiento emponzoñado, una creencia mítica, una ensoñación ensangrentada y una pasión purulenta. Nada tiene que ver con la razón y, por ello, para sus militantes, todo aquello que tenga que ver con la racionalidad, la civilidad, el progreso y el desarrollo, les resulta tan odioso como ajeno. Por eso aborrecen de la democracia y de la modernidad y de todo aquello que estos valores representan.
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Todo esto tiene sus consecuencias. Así que, poco a poco, los turistas dejan de llegar a San Sebastián, o llegan menos; los mejores comercios cierran sus puertas, o se marchan a Pamplona; las grandes marcas que despiertan ilusiones y movimiento callejero y decenas de puestos de trabajo, ni se molestan en introducir a la ciudad en sus planes de expansión; de las empresas importantes, innovadoras de verdad, mejor ni hablar; y de las infraestructuras que serán mañana claves para nuestros hijos, de las inversiones importantes para crear riqueza y de las redes de comunicación que han de unirnos al mundo, nadie parece tener ningún dato. Los proetarras al mando de las instituciones locales están muy ocupados deteniendo, cuestionando, paralizando, desmontando, desarticulando y anulando todo lo que un día podría hacernos mejores.
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Ya termino. Y quiero hacerlo diciendo que, al final, en mi opinión, el Territorio Bildu es, sobre todo, un estado de ánimo y una tentación.
Es un estado de ánimo porque es un sentir doloroso, una sensación de repugnancia, una repulsión ética que provoca un etéreo pero persistente malestar físico y social que te lleva a aislarte y a encerrarte en la familia y en lo que tienes más cerca.
Y es una tentación porque el impulso del exilio es, en ocasiones, muy fuerte. De hecho, expuestos un día sí y otro también a la exhibición obscena de los terroristas y de quienes durante décadas han sido sus más fieles servidores, no pocos claudican y se marchan.
Otros, los más, optan por encerrarse en sus espacios privados a sabiendas de que lo mejor, lo más sublime a lo que pueden optar en el País Vasco de Bildu, es a protegerse, y a proteger a sus hijos, de un ambiente cruel de verdugos santificados, de malhechores adulados, de indolentes con los brazos cruzados, de caos moral y de escoria ideológica.
Y en ello estamos. Con la ayuda de todos vosotros.
Muchas gracias.