La democracia funciona mejor cuanto más distribuido está el conocimiento y la propiedad entre los ciudadanos, difuminando el poder en los municipios y las sociedades. Hoy, mantienen al pueblo en la ignorancia para perpetuar el dislate de cuantos aún confían en los marrulleros de la partitocracia monopolista, refractarios a la democratización de la inteligencia y la justa distribución de la riqueza.
Alguien dijo que la ausencia de grandes fortunas, junto con restricciones legales sobre la herencia, dificultarían el inmovilismo de las castas sociales, sin mencionar la expectativa cultural de que todos deberían ganarse la vida y que los privilegios heredados fomentan la pereza y la irresponsabilidad. El abismo creciente entre la riqueza y la pobreza descansa en la tendencia de ambas a convertirse en hereditarias. Estas no son palabras de Marx ni de Bakunin, sino de alguien tan poco sospechoso de comunista como Abraham Lincoln.
En España la pobreza crece mediante acuerdos para destruir las pensiones, la sanidad pública, la vivienda, la educación, la seguridad social...Todo en nombre del dios que domina y controla, dios absolutista y celoso: el mercado presuntamente libre, quien ejerce una presión casi irresistible sobre todas las actividades para justificarlas en los únicos términos que reconoce: convertirse en una propuesta de negocios, privatizar beneficios y socializar pérdidas. El trabajo no remunerado de las amas de casa y los voluntarios sociales y el malamente pagado de los trabajadores lleva el estigma de la inferioridad social cuando el dinero se convierte en la medida universal del valor.
Nos rebelamos contra la producción multinacional a gran escala y su maridaje político, no sólo por su injusticia, sino porque sabemos que éstas debilitaban el espíritu de confianza en uno mismo tanto de las comunidades como de las naciones.