Por Mendelevio.
El cinismo de la izquierda es proporcional a la torpeza falangista. La izquierda se presenta como defensora del medio ambiente. No habla de su pecado original. El manifiesto comunista ve a la naturaleza como un recurso a exprimir. No hay ninguna apelación a la conservación del medio ambiente. A los socialistas que buscaban la vuelta a la naturaleza, Marx los denigró a la categoría de socialistas utópicos. El científico era él, como se presentan sus herederos. Los demás despreciables soñadores que entorpecían la liberación del proletariado. La práctica comunista del siglo XX ha sido nefasta para el planeta. El “maridicidio” del mar de Aral ha sido su crimen más llamativo, pero es imperdonable su gestión de los residuos nucleares o de las centrales atómicas como Chernobyl.
Los falangistas no levantamos la bandera ecologista por caer simpáticos a los pijo-progres sino porque es parte de nuestra concepción del mundo. Partimos de unos postulados de solidaridad intergeneracional. Las generaciones pasadas nos han dejado unos legados que debemos pasar a las generaciones futuras. Uno de ellos es el sentimiento de pertenecer a una Patria, el otro es el soporte físico de la misma. El egoísmo capitalista que esquilma el planeta es incompatible con el ideal falangista.
La mentalidad capitalista es la causa de uno de los cánceres que transmitimos a nuestros nietos: el cambio climático. En el siglo XXI no se cumple el principio Adam Smith que la suma de egoísmos individuales producía el bien común. La mezquindad capitalista de buscar el máximo beneficio a corto plazo (tan corto como el de embolsarse los directivos las plusvalías de sus opciones de compra) lleva a legar la factura de nuestro consumo a las generaciones futuras. Las grandes empresas energéticas se presentan como ejemplos de eficacia porque no pagan toda la factura de los costes de producción. Privatizan los beneficios y socializan los costos de hacer frente a las externalidades negativas que generan. Se lucran con la venta de combustibles fósiles o de energía nuclear y la sociedad paga la factura de los efectos del calentamiento global, cambios de las pautas hidrológicas o la gestión de los residuos nucleares durante cientos de años. Mientras no se paguen estos costes en la factura, no pueden presentarse estas empresas como ejemplos de eficiencia en la gestión energética. Las grandes corporaciones tienen en nómina a pseudoperiodistas y pesudocientificos que justifican la bondad de sus negocios. Hoy niegan el cambio climático, hace 15 años intentaban diluir la evidencia de los efectos cancerígenos del tabaco.
El capitalismo consumista es nefasto para el medio ambiente. Ha convertido a la naturaleza como un producto de consumo, no de disfrute. Parece que si no poseemos algo en exclusiva, no lo saboreamos. Se parcela, se llena de vallas y se vende la naturaleza a trozos. Se nos incita a ser consumidor y propietario de la naturaleza. No se busca el mantenimiento de grandes espacios verdes comunales, para disfrute de todos, y que a la vez sean sumideros de CO2 , barreras contra la erosión y refugios de la biodiversidad. Externalidades positivas que si no cotizan en los activos de una gran corporación, sí lo hacen en los de la sociedad. Reducción de gasto sanitario (por una mejor calidad del aire y menos estrés), reducción de gasto en reparar daños de inundaciones…. Pero como dijo una ministra del PSOE el dinero público no es de nadie. Se está fomentando en España un modelo de ciudad estadounidense. Km y km de viviendas unifamiliares con su pequeño jardín. Se nos vende como una vuelta a la naturaleza, y no un descuartizamiento de la misma. Preferimos ser propietarios de una minúscula proporción de espacio verde antes que usuarios de grandes espacios naturales comunales. Son ciudades extensas, desparramadas… no las ciudades jardín que soñaran Cerdá, Arturo Soria, Howard o en cierta medida Le Corbusier. Aíslan a individuos y familias atrincherados tras los muros de sus parcelas. Se pierde el concepto de barrio. Se les obliga a coger el coche para cualquier gestión. Esta presunta vuelta a la naturaleza dispara la contaminación y fomenta el sedentarismo. Paradójico. Además se han disparado los gastos de gestión municipal: se multiplica la extensión de la red de alcantarillado y de iluminación urbana, aumenta el costo de limpieza de calles, recogida de basura e incluso de vigilancia policial.
El falangismo no fomenta del hedonismo, el consumismo y la insolidaridad. Fomenta el rigor y la honestidad. Rigor al no prometer niveles de vida que no son realizables y honestidad de no pasar la factura de nuestro estilo de vida a nuestros nietos. El mensaje falangista no es amable, no regala el oído al consumidor ni tranquiliza a la gran empresa. No se trata de gobiernos paternalistas que resuelva todos los problemas de la gente. Sino gobiernos elegidos por la gente, para coordinar los esfuerzos de todos para tener un futuro mejor.