Las posturas en torno a todo lo que se refiere a la energía nuclear de fisión, desde su producción a la gestión de los residuos generados y pasando por las consecuencias de su uso, han estado fuerte, y aún prejuiciosamente, ideologizadas. Los debates en pro y en contra cuentan con un sorprendente abanico de defensores y detractores que incluyen a científicos, técnicos y ecologistas en ambos bandos (sí, ecologistas a favor también). Y ambas posturas están firmemente argumentadas, aunque no siempre con igual validez, seriedad o consecuencia.


Es evidente que la situación actual de dependencia energética de recursos no renovables, especialmente de combustibles fósiles cuyos proveedores son países de más delicada dependencia aún, lleva a plantear lo que son ya acuciantes alternativas. En un país como España donde confluyen, si bien no homogéneamente ni de manera simultánea, los beneficios de la alta insolación con la existencia de vientos constantes y la eficacia del aprovechamiento energético hidrológico (sin desdeñar las más novedosas energías mareomotriz, geotérmica o de biomasa), parece ineludible la apuesta por este tipo de energías renovables. Sin embargo, también existen argumentos en contra de las mismas, dado el carácter variable de la fuente, la carestía de producción y, aunque parezca raro, el que asimismo impactan y hasta contaminan en mayor o menor medida. Desde el punto de vista atmosférico, todas más que la energía nuclear (con cero emisiones de gases contaminantes) aunque muchísimo menos que el uso de combustibles fósiles.

 

La radiactividad (motor de la evolución, por otra parte) es el efecto al que se reduce la crítica a la energía nuclear de fisión, tanto la que se puede liberar en un accidente de producción como la remanente durante muchísimo tiempo en sus deshechos. Sin embargo, todos los seres vivos hemos convivido permanentemente con la radiactividad natural procedente tanto de la propia Tierra como del espacio exterior, mucho más importante en su conjunto de lo que creemos, y sin la cual no hubiésemos pasado del estadio de las formas de vida más elementales. Radiactividad que está presente, además y de manera tan artificial como la energética, en muchos procesos de la medicina moderna y cuyos deshechos contaminados constituyen un importante volumen de los residuos radiactivos que es preciso tratar.

 

Tampoco es ajeno al debate el demencial hecho de rechazar una producción nuclear propia para comprar la producida en Francia, con lo que no se elimina ningún posible riesgo ante un accidente y se añade la carestía (es un negocio, al fin y al cabo) y la dependencia.

 

Por lo tanto, y desde una óptica verdaderamente sostenible, la postura de FALANGE AUTÉNTICA respecto al futuro energético español podría seguir el siguiente proceso:

 

Abandono progresivo del uso de combustibles fósiles en pro de las energías renovables, estando sustentado este cambio por la garantía que debe ofrecer, a corto y medio plazo, el suministro de origen nuclear hasta ser a su vez sustituido por las propias energías renovables y las que están en vías de investigación (hidrógeno, fusión fría, etc.)

 

El esfuerzo investigador debe orientarse asimismo a aumentar las eficiencias y reducir los impactos de las energías renovables en expansión y profundizar en una gestión eficaz y segura de los residuos radiactivos que, en cualquier caso, irían disminuyendo progresivamente.