Estamos de acuerdo porque sin ser extremeño de nacimiento, sino de adopción, describe a la perfección el sufrimiento de esta tierra, el trabajo callado, la entrega de sus gentes y las tropelías que padece a manos de los poderosos. Nosotros, las mujeres y los hombres de Falange Auténtica creemos que Extremadura tiene futuro, un brillante futuro por delante, pero para ello es necesaria parar la sangría que supone la emigración de nuestros mejores, consolidar el tejido productivo, fomentar el sector industrial, principalmente en la creación de empresas de transformación agroalimentaria, procurando que el valor añadido de los productos repercuta en el desarrollo de nuestra región.
Extremadura
Fernando Valbuena Arbaiza |A la intemperie
Desde mi ventana veo la Vega de Ansio. De la vieja fábrica no queda rescoldo. Y sin embargo Baracaldo es aún Altos Hornos. Esta tierra y aquellas gentes que a ella vinieron. Extremeños, sin ir más lejos. La esperanza en una rota maleta de cartón y cuerda. Estación Desierto. Nada más. Un cuarto compartido y Altos Hornos. O lo que se terciara. Hay, aún hoy, verdades que duelen. A los extremeños, recordarles tanta miseria a cuestas. A los vascos, recordarnos el desprecio con el que, en más de una ocasión, tratamos a los que dimos en llamar maketos. En Baracaldo no, o casi no. Baracaldo era por aquellos años una pequeña Babel, tan vasca como castellana, tan gallega como extremeña. A casa venía a pintar Pepe el largo, uno de Almendralejo, tan largo como el largo etcétera de extremeños que hicieron aún más rica esta tierra.
Extremadura para los españoles era, y sigue siendo, nada o casi nada. Poca gente en medio de más nada. Pocos votos. Gente callada que trabaja y, sobre todo, calla. El jamón, y no siempre, porque, las más de las veces, o es de Guijuelo o es de Jabugo. La vaga evocación de grandes secarrales. Quizá un pedregal. Un cortijo a pie de carretera, Nacional V de los señoritos y las monterías. Nada más. Pero lo más triste de esta historia, lo que más duele, es que Extremadura para los propios extremeños ha sido un punto de partida, pero nunca de llegada. A Extremadura se vuelve mal y tarde. Extremadura lleva siglos desangrándose. La sangría infinita de sus mejores. O los más decididos, o los más valientes, o los más sabios, o los más hambrientos,… Ese es el drama eterno de Extremadura. Drama épico en Cortés y Pizarro, drama al fin y al cabo. Extremadura, capaz de regalarle mundos a España,… ¿qué ha recibido de España? Un viaje a Las Hurdes, un Plan Badajoz y un ahí te pudras. Y ahora, pasados los años, con dolor de amargura, sufro al ver a los hijos de mis amigos, los mejores extremeños de hoy, camino de la diáspora de siempre. Unos en Londres, otros en París, los más en Madrid. Madrid,… capital de Extremadura. La misma sangría de siempre. Aquí quedamos cuatro y un servidor. La tara congénita de la renuncia, de la desesperanza, del desaliento.
Es evidente que vivimos tiempos de globalización, que capitales y personas viajan libremente, pero Extremadura no puede contentarse con exportar capital humano a cambio de nada o de casi nada. Eso ya sabemos a qué conduce. ¿Hasta cuándo va a seguir Extremadura dilapidado su mayor tesoro, sus propios hijos? Imaginen por un momento cualquier otra región de España que durante siglos, repito, siglos, hubiera sacrificado a tantos de los suyos. ¿Qué sería hoy de ella? Probablemente estaría, como Extremadura, a la cola de casi todo. Hay futuro, sí, pero el primer paso es que los extremeños crean, y lo que es más urgente aún, que puedan creer, en una Extremadura nueva, madre, no madrastra. Contra este mal de nada han servido treinta años de autogobierno. Necesitamos un baño de orgullo. De Coria a Tentudía, de Alcántara a Llerena. Extremadura como oportunidad.
Desde mi ventana veo la Vega de Ansio. Más allá San Mamés. Valverde no entrena ni al CD Badajoz ni al Cacereño. Valverde entrena al Athletic. Y me acuerdo de Pepe el largo, de Almendralejo y de todos los extremeños que, a su modo, en silencio, conquistaron estas tierras. Dios bendiga a Extremadura y le devuelva, más antes que después, a sus mejores.