A raíz del removimiento de los restos mortales de José Antonio he tenido la ocasión de escuchar y leer los mayores disparates. Que un medio confunda la figura del fundador de la Falange con la de su padre cabe dentro de lo posible ya que, en estos tiempos, la obtención de un grado universitario (en periodismo, sin ir más lejos) no presupone en absoluto la posesión de un grado parejo de cultura general. Pero cuando el error se repite y alcanza nada menos que a la televisión del Estado, o se dilata uno en la santa ingenuidad o empieza a preguntarse "qui prodest", ¿a quién beneficia?
Convertir a José Antonio en un militar que ocupó el poder hasta 1936 y sandeces de idéntico calado no es un error inocente: es una estrategia de comunicación política. Remover ciertas tumbas puede conllevar el efecto indeseado de remover, también, el interés por el sujeto que tantas molestias ocasiona aún después de casi 87 años muerto. Se impone la necesidad de fabricar un falso relato (fascista-militar-dictador y, sólo en última instancia, abogado) para segar de raíz cualquier conato de simpatía hacia el personaje como humana reacción -en sentido contrario- ante la macabra ceremonia de la exhumación de su cadáver. No vaya a ser que a la gente le dé por informarse y el tiro nos salga por la culata.
Juan Ramón