Ha pasado ya lo que algunos optimistas o ingenuos denominan “la fiesta de la democracia”. Es decir las elecciones que cada cuatro años reclaman nuestro voto, en esta ocasión para nuestros ayuntamientos y comunidades autónomas de la práctica totalidad del país. El resultado, sin entrar en análisis de magnitudes, algo a lo que ya se han dedicado decenas y decenas de periodistas en los medios escritos, o en interminables debates televisivos o radiofónicos, ha sido el esperado. Incluyendo la mala noticia que ha supuesto la aparición en escena de la coalición BILDU, cosechando nada menos que más de 1100 concejales en el País Vasco, por obra y gracia de las maniobras del gobierno del PSOE y sus acólitos, que de manera irónica han pagado en las urnas sus desvergonzados juegos malabares, y cuyas consecuencias han contribuido también a abrir la lucha interna dentro del partido socialista por ocupar el poder. Ni siquiera la irrupción en laci escena, los días previos a las elecciones del 22 M, de la plataforma Democracia Real ¡Ya! (DRY), pese a las expectativas que había despertado, ha conseguido alterar la tendencia de voto que se vaticinaba en las encuestas. En todo caso un apreciable aumento del voto en blanco y nulo, y un mayor índice de participación ciudadana, pero que no ha tenido efectos significativos en esta cita electoral.
Desgraciadamente vemos como en anteriores ocasiones que, la gran mayoría de los votos van a parar a los dos grandes representantes de nuestro sistema partitocrático: PP y PSOE, con el acompañamiento a gran distancia de otros partidos que, en realidad hoy por hoy, actúan como coartada de un sistema que pide a gritos varias reformas de calado. Asistimos una vez más a un sistema de alternancias en el poder con cambios meramente coyunturales en lo que son los pactos post-electorales, legítimos sí, pero cuyos beneficios no siempre van a parar a los ciudadanos, y se constituyen por norma general, en un sistema de distribución de influencias en los centros de poder.
Como otras tantas veces en el pasado, uno tiene que hacer una reflexión en lo más hondo de sí mismo para intentar comprender cuál es el esquema, cómo funciona el entramado mental de muchos de nosotros que, nos hace dar mayorías absolutas a políticos corruptos o simplemente ineptos en su trabajo. Cuáles son las neuronas causantes para que, nuestra respuesta para salir de una crisis causada por el sistema neoliberal, sea votar a otro partido aun más neoliberal si cabe. Qué nos pasa que somos incapaces de, a la hora de la verdad, olvidarnos de banderas y siglas cuando los abanderados de estas están manchados por sus intereses de partido. Es algo difícil de entender o quizás demasiado fácil si es que estamos dispuestos a asumir una conclusión que podría sumirnos en una depresión profunda.
Parecía que en estas elecciones, con muchas plazas de esta España nuestra, abarrotadas de gente pidiendo más democracia, más participación de los ciudadanos en los destinos de nuestro país, y todo enmarcado en una crítica pacífica pero firme ante el sistema financiero que asola el mundo, se iba a producir un vendaval que iba a recorrer los colegios electorales de todos los municipios de este país y, el pueblo iba a poner de manifiesto una severa advertencia a nuestra clase política, bien votando a partidos minoritarios de cualquier ideología, bien votando en blanco. Al final de la jornada electoral nos enteramos que el vendaval se había convertido en tan sólo una suave brisa, cuyos efectos en las urnas apenas fueron perceptibles.
Nuevamente el arado continúa siguiendo el camino trazado por el surco viejo y su hoja sigue sin apenas desviarse. Pero algo ha cambiado, por primera vez desde que comenzó esta crisis, miles de personas han salido a la calle. Miles de personas que, aunque en esta ocasión, no han conseguido calar en la voluntad de la mayoría a la hora de decidir su voto, por lo menos nos han devuelto la dignidad como personas ante nuestra corporación de políticos profesionales. Les han hecho ver a ellos y al mundo entero que aquí, en este país llamado España, también sabemos revelarnos ante la injusticia, y exigir a nuestros líderes todo a aquello que consideramos que nos pertenece porque somos sus dueños legítimos. Y no importa si de aquí a unos meses nos damos cuenta que todo ha sido una maniobra confabulada por alguien, una pantalla de intereses partidistas de unos y de otros. Porque si es así, si han jugado a aprendices de brujo con nuestros sentimientos, con nuestras ansias de mayor justicia y libertad, puede ser que los hechizos se vuelvan contra ellos. Puede ser que al final sin pretenderlo, hayan abierto los ojos de muchos españoles, y la próxima vez, esa brisa que discurrió el domingo aliente el corazón de otros que, de manera callada, retomen este espíritu y esta vez sí lo convierta en ese vendaval limpio y plural que deseamos, y se lleve a toda esta casta de indignos políticos por delante.
Tulio