Dejemos ya, de una vez por todas, de echar la culpa a los colegios de la mala educación de nuestros hijos y asumamos parte de la responsabilidad que nos toca a los padres.
Admitiendo que los gobiernos y sus políticas no lo ponen fácil, deberemos hacer un esfuerzo por llevar a la práctica aquello de conciliar vida laboral y familiar. Nuestros hijos no pueden estar solos tanto tiempo o a cargo de unos cuidadores que, con la mejor de las voluntades, bastante hacen con llevarlos y traerlos al cole, darles de comer y vigilarles en el parque. Hagamos realidad la paternidad responsable pero no sólo como una carga, que lo es, sino como una bendición que consiste en pasar más tiempo con ellos, escuchándoles, jugando...
Pero siendo, como digo, una responsabilidad placentera o un placer responsable, no lo sé, no es esto lo más complicado. Lo verdaderamente difícil es transmitir a los hijos la idea de que el inmenso amor que sentimos por ellos no está basado en la amistad, pues no somos sus amigos, no señor; ese amor nace del hecho de ser sus padres y deberemos asumir, nosotros, todo lo que ello conlleva y deberán entender, ellos, que se trata de una relación basada en el cariño y el respeto pero también en la jerarquía y la obediencia.
No es suficiente llevarles a "un buen colegio". Es, en el mejor de los casos, ingenuo pensar que siempre la culpa la tienen las malas amistades y los mediocres profesores y nunca, por supuesto, nuestros hijos. Estamos obligarles a transmitirles la idea de respeto a la autoridad, sea esta paterna, policial, profesoral...
No basta con cubrirles los gastos y darles económicamente una vida cómoda, no, en ningún modo es suficiente. Tenemos que inocular principios, valores, criterios y no permitirles que se dejen llevar por ese relativismo acrítico del "todo vale si yo lo quiero", por ese sentimentalismo dúctil frente a la firmeza de carácter y al saber decir "no".
Cuando los padres hayamos conseguido todo esto, entonces y sólo entonces, rogaremos a Dios que, además, no les desampare.
Manganeso